Alejandro y Afganistán. Reflexiones nuevas para una guerra vieja

Recuperamos hoy este ensayo publicado hace años por Hugo A. Cañete, miembro de nuestro grupo de estudios.

Cuando las tropas de Estados Unidos a lomos de caballo car-garon sobre los enclaves talibanes de Mazar-i-Sharif y Balkh, lo hicieron sobre los restos de muralla del principal acuarte-lamiento de Alejandro en la Bactriana. Cuando en las porta-das de los periódicos aparecían las fotografías de los emplazamientos de la Alianza del Norte en Ai Khanoum, unos ojos avezados podían ver las ruinas de una antigua ciudad griega, Alejandría del Oxo, donde una vez sus habitantes fueron al gimnasio, se emocionaron en el teatro con las tragedias griegas, adoraron a los dioses del panteón y guerrearon en la Bactriana a lo largo de nueve generaciones.

Igual que hoy, los motivos que subyacieron en el pro-ceder de Alejandro tenían que ver con una crisis en Oriente Medio heredada de su padre Filipo. Éste pretendía zanjar, de una vez por todas, la amenaza oriental que llevaba asolando a los griegos dos siglos: el Imperio Persa. Murió antes de ver realizado su plan, pero su hijo Alejandro, tras poner orden en las fronteras del norte de Macedonia y en la Liga de Corinto al sur, se lanzó a la conquista de Asia, o lo que es lo mismo, del Imperio Persa, o lo que es igual, a apoderarse del título de Rey de Reyes, símbolo del poder real persa; que finalmente consiguió, tras derrotar a Darío y dar caza al Sátrapa de la Bactriana, el regicida y usurpador Beso.

Desde la perspectiva de las gentes de la Bactriana, Alejandro y los suyos eran intrusos con una cultura extranjera ofensiva para sus tradiciones locales. Alejandro fue tildado más tarde de “no creyente que trajo el diablo al este e inundó la tierra con sangre”. Muchos persas rechazaron las pre-tensiones de Alejandro de presentarse como un libertador. Cuestionaron sus esfuerzos, sinceros, de respetar la religión persa y promover una camaradería verdadera con los príncipes locales.

Así que a medida que los macedonios progresa-ban hacia el este en dirección a Babilonia y Persépolis, cada vez más refugiados descontentos fluían hacia la Bactriana. Utilizando la misma retórica empleada hoy en día, Alejandro tildó a estos contingentes de personas como traidores fuera de la ley. En este nuevo y peligroso mundo, el macedonio advirtió a sus hombres que estos criminales disidentes, con abundancia de recursos continuarían explotando las diferencias de religión, lengua y cultura como excusa para atacar y matar a personas inocentes. No actuar podría poner en riesgo a la propia Grecia. “Esto es una causa noble” proclamó Alejandro a sus tropas poco antes de iniciar la marcha a la Bactriana.

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