Así lo refiere don Sancho de Londoño, maestre de campo del Tercio de Lombardía, en su crónica de la campaña del duque de Alba de 1568 en Flandes, tratada en profundidad en mi último libro Los tercios en combate.
Ocurrió en la acción del río Gette, mal conocida y mal llamada «Batalla de Jodoigne», pues ni fue una batalla ni ocurrió en Jodoigne. En el seguimiento controlado que hacía el duque de Alba con su ejército de las tropas de Guillermo de Orange, que se habían internado en los Países Bajos y vagaban sin oficio ni beneficio por las campiñas de Flandes, encontró el general español la oportunidad de atacar al contingente rebelde aprovechando que cruzaba un riachuelo. El vado de la ribera estaba defendido por posiciones fortificadas de arcabuceros. Un escuadrón de caballería de reitres rebelde defendía la retaguardia del paso cuando llegó la caballería real a escaramuzar. Detrás venían las avanzadillas de arcabuceros.
Entonces, con la llegada de toda la caballería y arcabucería españolas de la vanguardia, el escuadrón de reitres rebeldes rompió la formación y se dispuso a cruzar el riachuelo de forma confusa y apresurada, arremolinándose los caballos en el cauce y las orillas, ocasión que aprovecharon los arcabuceros a caballo españoles para largar apretadas descargas contra los aturdidos jinetes orangistas.
Todavía quedaban arcabuceros rebeldes que protegían el paso atrincherados a ambos lados de las cornetas de caballería que cruzaban atropelladamente. A fin de eliminar sus posiciones, tan frondosas que parecía un «lugar cercado de muchos bastiones, setos y valladares», y de apoderarse de la aldea, a la que se llegaba por dos caminos en mitad de dicha espesura, los españoles efectuaron un ataque en pinza. Sancho Dávila fue con 400 arcabuceros por la derecha y Gonzalo de Bracamonte, (seguramente maestre de campo reformado por ese tiempo) con 600 arcabuceros del Tercio de Lombardía, y el coronel Gaspar de Robles, con su arcabucería valona, por la izquierda.
Cuando se trabaron los combates, los españoles descubrieron que, a diferencia de lo que creían, tanto la aldea, como las posiciones fortificadas de la margen oriental y el propio punto de cruce estaban defendidos por un contingente enemigo de entre 4.000 y 5.000 infantes gascones, valones, loreneses y alemanes al mando del coronel de Loverval; muy superior a los 1.500 arcabuceros atacantes de la vanguardia española.
Este contratiempo amenazó con frustrar el ataque, por decir lo menos, pero la oportuna llegada del paisano corroborando la existencia del riachuelo entre la aldea y las fortificaciones enemigas confirmó que dicha fuerza no podía ser socorrida por el grueso del ejército orangista, ni tampoco por las cornetas de reitres de retaguardia que habían cruzado apresuradamente el Gette a la margen occidental.
Confirmados todos los detalles, el duque de Alba ordenó cargar al grueso del ejército, que se unió al asalto de los arcabuceros de Dávila, Bracamonte y Robles. La posición enemiga seguía siendo fuerte y estaba bien guarnecida, pero ante la imposibilidad de recibir socorro del cuerpo principal rebelde empezó a cundir el desánimo. Todavía lograron resistir un tiempo, pero en cosa de una hora de pelea empezaron a entrar en sus posiciones los arcabuceros españoles y valones. A decir de Sancho de Londoño:
«Y comenzando a trabar la escaramuza con la infantería, que estaba a la guardia de aquel paso, les fueron poco a poco ganando parte de aquel sitio, que guardaban, y sin pasar mucho intervalo dieron los nuestros un Santiago por ambas partes y le ganaron su fuerte».
Se armó gran escabechina y la mayoría de los infantes orangistas acabaron degollados en sus trincheras y en la persecución posterior a través del río, en la que los infantes del duque de Alba se apoderaron de la aldea; y aún tuvieron tiempo de adelantarse hasta llegar a tiro de mosquete del ejército rebelde y hostigar a las unidades que cerraban la retaguardia con sus armas de fuego…
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