Tercios de España – La batalla de Wimpfen (II)

Es 6 de mayo de 1622, los ejércitos católico y protestante hace horas que están frente a frente. Se acerca el momento. Don Gonzalo y Tilly ya han arengado a los suyos.

Nótese a la izquierda la línea defensiva de carros y las tropas protestantes escondidas tras la arboleda

También Baden-Durlach, viendo las operaciones tan adelantadas, habló a los suyos mostrándoles todo cuanto su ingenio había evocado para poder derrotar a los católicos, diciéndoles: Que se aparejasen, pues veía llegada la ocasión de mostrar su valentía, que en ella es plena su confianza, y que ya que tanto habían deseado dar fin de un golpe a los peligros en que hacían naufragar a su tierra, debían entonces confirmarlo, porque vencido aquel combate era seguro no que no les quedara otra cosa por hacer para obtener el triunfo ante sus mortales enemigos.

Por su parte, Don Gonzalo dando y recibiendo descargas cerradas, guió primero a su caballería en una maniobra de tanteo para enfrentarse a las primeras tropas enemigas, mientras los capitanes Martín Fernández y Alfonso Marcia, con sus banderas de mosqueteros y arcabuceros, se separaron de su posición en el flanco derecho católico y se adelantaron hasta unos setos que había frente a  Biberach, pequeña aldea donde ya dijimos en la entrada anterior que descansaba el flanco izquierdo del ejército protestante y donde acababa su artificioso parapeto de carros y piezas.

Estos capitanes, junto con Savariego y Don Antonio de Sotelo, que los seguían, fueron los que comenzaron la batalla, porque Baden-Durlach, enviando contra ellos gran número de gente empezó a embestirlos, siendo los protestantes rápidamente rechazados. Sin embargo, la numerosa y furiosa artillería protestante compensaba con creces  el pequeño revés desde la cerca de carros y suplía esta falta horriblemente.

Entonces observó Don Gonzalo a dos batallones de caballos enemigos que cargaban contra sus infantes españoles y alemanes. Con el objetivo de evitar la maniobra y de bajarles un poco los humos, decidió darles una carga. Arrancando con los suyos al galope, creyó que sus jinetes iban tras él y que embestían. Sin embargo, los cabos de la caballería entendieron que pretendía hacer una caracola, con lo que después de rociar con plomo al enemigo, se dieron la vuelta con todo el escuadrón y volvieron a sus posiciones. Cuando quiso acordar Don Gonzalo, se encontró con que se hallaba tan solo y empeñado, quedando por un momento rodeado de jinetes enemigos que sin hacerle daño lo llevaron entre ellos mientras acababan de ejecutar la carga contra los infantes españoles del Tercio de Nápoles.

En esta pintura se puede apreciar la maniobra de la caracola de la caballería (atribuido a la batalla de Fleurus)

Sin embargo, disuadidos por la mortífera fila de picas españolas, los jinetes protestantes detuvieron la carga a escasos metros del escuadrón de infantería español, ocasión que aprovechó don Gonzalo para galopar y refugiarse con sus infantes españoles, a los que halló más firmes que las rocas, con el bosque de sus picas tan impenetrable y brioso que los enemigos desconfiados de poder penetrarlo se retiraron. Los oficiales del Tercio Español de Don Gonzalo eran el sargento mayor y capitanes, Don Juan Sánchez, Don Jerónimo Boquin, Esteban Martín, Castel y Rosal. En esta carga protestante resultó muerto el Reingrave General de la Caballería protestante, acompañado de otros muchos jinetes y hombres de calidad.

El joven Bernardo de Sajonia Weimar (13 años después sería uno de los jefes protestantes en la batalla de Nordlingen), que dirigía el otro batallón de caballería hereje, arremetió contra los alemanes de los regimientos de infantería hispánicos del Coronel Bauer y del Conde de Emden, que empezaron a flaquear y retroceder rápidamente con el intrépido y furioso choque. Visto el éxito, imaginaron que sería más débil, por tener menos gente, el Tercio español, que bien cerrado se encontraba ya solo en la línea, haciendo cara a todas las bandas. Pese a poner todo su empeño en la maniobra de frente y de flanco, lo único que consiguieron los jinetes protestantes fue que los españoles retrocedieran algunos pasos, aguantando imperturbables finalmente la posición.

Tilly enfrascado por entonces en la batalla en el flanco izquierdo, estaba siendo acometido por la caballería de Durlach con los mismos ánimos y la misma pujanza.  Uno de sus mejores escuadrones de infantería no resistió el choque y acabó desinflándose y deponiendo las armas. Visto este descalabro y el sucedido con los regimientos hispánicos de Bauer y Emden en la línea española, parecía evidente que la fortuna se estaba inclinando del lado enemigo, que estaba ya adelantado y discurría libremente con sus caballos por el campo de batalla. Su mucha infantería, atrincherada en el infernal parapeto de carros, daba descargas espantosas, y su mortífera artillería de pedreros, cuartos, y trabucos, escupía ofensas indecibles, apuntando a la adversidad del ejército católico.

Éste se encontraba en muchos sitios desmembrado, acometido y deshecho, lo que hacía temer una pérdida segura. Pero en la guerra cualquier accidente o imprevisto, por leve que sea, cambia el destino de las cosas, y por donde menos se espera surgen la oportunidad y la fortuna. El denso humo de la pólvora, y el polvo espeso levantado por caballos e infantes, habían formado una nube de tales dimensiones que había llegado a tapar el sol, sembrando el caos la falta de visibilidad. Hasta ese momento el viento había soplado en agradable brisa, pero de improviso comenzó a soplar con fuerza del norte, desplazando la nube hacia las filas enemigas.

Don Gonzalo, a pesar de estar también cegado, no desperdició la oportunidad, y así marchó corriendo hacia el coronel Bauer, que en el ínterin había logrado recomponer a su gente y regresar en formación a la línea. Para conseguirlo les había tocado el corazón a sus hombres, porque los derrotados alemanes deseando mucho restaurar la reputación perdida tras la carga de la caballería enemiga y su posterior huída, y viendo el ejemplo incontrastable que estaban dándoles a todos aquellos pocos españoles del Tercio de Don Gonzalo, consintieron rápidamente en enmendarse, cobrando con presteza ánimo, coraje y ganas de pelear.

Visto lo que estaba sucediendo en el flanco derecho católico, con los españoles aguantando la línea y los alemanes volviendo a recomponerse entre gritos de júbilo, Tilly logró recomponer también sus batallones. Entonces el de Córdoba, aprovechandose todavía de que la nube estaba sobre los enemigos cargó de los primeros contra la línea de barricadas protestante, lo que provocó en la gente tales bríos que marcharon detrás suya. Se produjo entonces un fuerte choque, un espantoso batallar, de sangre, heridas, roncas voces, temerosos aullidos, crujir de armas, y cuchillas, y retumbar de arcabuces, unos muriendo, otros matando.

 

Un escuadrón que hasta este momento había tenido en reserva Tilly, entrando fresco en la batalla, terminó de equilibrar el resultado de la lucha,  prolongándose ésta por unas horas en la línea de parapetos de los carros. Fue entonces cuando el golpe infausto y de suerte de una bala de cañón católica impactó en el polvorín enemigo, volándolo por los aires en una gran explosión. En ese momento, un soldado español mirando al cielo a la gran nube formada por la combustión de la pólvora, y asemejándola a la Virgen María, gritó ¡Victoria! ¡Victoria! Nuestra Señora nos da la victoria. Milagro.

Baden-Durlach observó como su gente comenzó a deshacerse, apresurando su colapso, siendo sus filas rematadas y atropelladas por la carga que en ese momento dio Tilly sobre el flanco derecho sobre su mejor caballería, que huyó abandonando a los infantes en desbandada a su suerte. La ocuridad de la noche se iba echando encima y Don Gonzalo aunque advirtió que el enemigo huía sin concierto, no tuvo más remedio que detener la persecución que ya iniciaba su gente, para evitar que la persecución sin orden ante una súbita defensa de un enemigo desesperado no ocasionase algún desmán.

Como escribió el historiador contemporáneo Gonzalo de Céspdes: ¡O!, infelicísima Alemania, qué fuera ahora de tu imperio, qué de tu Iglesia y religión, qué de las míseras Reliquias, de tu afligida cristiandad si tal victoria por ventura, los calvinistas alcanzaran. Mas no lo quiso el justo Dios; su soberana providencia puso en los brazos poderosos de 700 españoles (el enemigo lo confiesa) la prevención de tanto daño, y el vencimiento trabajoso que variamente vacilaba.

Perdió Federico de Baden Durlach sus cañones, pedreros y trabucos, cuatro mil carros, incontables municiones, 74.000 ducados (otros dicen que 100.000), muchas banderas y estandartes, documentos de los demás aliados protestantes, y en la batalla y ahogados en el Neckar unos miles de hombres, entre ellos Magno Württemberg, el Reingrave de la caballería y otras 42 personas de oficio y cargo. En el Campo católico murieron 114 españoles y 1.600 de naciones e imperiales.

En mi libro LOS TERCIOS DE FLANDES EN ALEMANIA: LA GUERRA DEL PALATINADO (1620-23) ,se trata esta batalla en todo su detalle.

Durlach huyó sin detenerse hasta Stuttgart, donde al pie del puente levadizo le dijo al centinerla de guardia: «Amigo, dame algo de beber, solo soy el viejo Margrave«, y cayó desmayado de cansancio. Una de las tres amenazas protestantes que convergían al Palatinado había sido derrotada y destruida. Tilly quedó en la zona y Don Gonzalo cruzó el Rin de vuelta al Palatinado, ocupado por España. Todavía quedaban el ejército de Mansfeld en el Neckar, y el de Cristian de Brunswick que avanzaba a marchas forzadas por Hesse, pero esta es una historia que deberá ser contada en otra ocasión.

Viene de Tercios de España – La batalla de Wimpfen (I)

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2 comentarios en «Tercios de España – La batalla de Wimpfen (II)»

  1. En el penúltimo párrafo, creo que repites la cifra «En el Campo católico murieron 114 españoles y 1.600 de naciones 1.600.»

    Respecto al segundo cuadro, ¿es poco realista? Es decir, la caracola se acerca al cuadro pero los mosqueteros ni se repliegan ni se acercan a los piqueros para obtener protección (como si se ven el tercer cuadro).

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  2. Gracias indicarme la errata Deimos. Efectivamente, el cuadro, a pesar de su belleza es poco realista tanto en la escala de las figuras con las distancias como en la disposición y paisaje, que no coinciden.

    En realidad la caracola está bien dibujada, donde se produce la descarga es en el escuadrón que se encuentra al fondo a la izquierda, el resto es maniobra para volver grupas, obivamente muy cerca de los otros escuadrones que están en formación por cuestiones de espacio en el cuadro.

    Como podemos ver en el primer grabado, no está presente el parapeto de carretas y cañones pedreros donde Federico de Banden Durlach protegió a su infantería, no se ve la aldea de Biberach con el bosquecillo donde escondía a las otras tropas, etc

    En realidad es una idealización de la batalla.

    saludos

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