La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). El robo del Powhatan, opereta cómica en dos actos.

Ha llegado el momento de que suenen los primeros acordes de una opereta cómica. Ante todo, los personajes. Por un lado están el teniente David Dixon Porter, el capitán Montgomery Meigs y el secretario de Estado Seward. Por otro, tenemos al comandante Andrew Foote, el capitán Samuel Mercer, al mando del Powhatan, y el secretario de Marina Gideon Welles.

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A modo de obertura, vamos a recordar de qué va la cosa. El luciferino Seward quiere quitarle el Powhatan a Welles para enviarlo a fuerte Pickens en vez de que vaya a fuerte Sumter, y para ello convence al presidente a fin de que avale un plan secretísimo que ponga el buque en sus manos, sin avisar a su contrario para que los confederados no se enteren de lo que está pasando. Una vez obtenido el documento, envía a Porter a Nueva York para que se haga con el navío. Este, se presenta ante Foote y le entrega las nuevas órdenes, que incluyen una instrucción vital, no informar a nadie de lo que está pasando.

Acto primero. Washington, 5 de abril por la noche. Se abre el telón.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). ¡Traición!

En nuestra última historia nos referimos a la cena que iba a disfrutar un hombre con su familia. El personaje era David Dixon Porter, oficial de la Marina estadounidense que estaba hasta las narices de su trabajo. De hecho, Porter había solicitado el traslado a California con la intención de pasar a servir en la flotilla de guardacostas del tesoro y luego trasladarse a la Marina mercante. La solicitud no había gustado mucho. En aquellos días, muchos oficiales abandonaban los cuerpos militares estadounidenses para irse al sur y, en consecuencia, todos aquellos que pedían destino en costas alejadas o en el extranjero eran mirados (mal) con lupa.

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David Dixon Porter, durante la guerra si que ascendería.

Pero a Porter todo aquello le daba igual. Con cuarenta y ocho años seguía siendo teniente, el sexto de la lista, y llevaba veinte años sin recibir un ascenso, de hecho, también lo que estaba pasando en fuerte Sumter le importaba un ardite, según sus contemporáneos. En estas circunstancias, sin duda debió de ser una sorpresa que le avisaran de que un coche de caballos lo esperaba a la puerta de casa para llevarlo a ver a William Seward, el secretario de Estado. Estaba a punto de meterse en una turbia conspiración que bien podría costarle el escaso puesto de teniente que tenía.

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