Batalla de Hampton Roads. Orígenes de la prueba de artillería contra blindajes y desarrollo de la artillería de la US Navy en la Guerra de Secesión (XII y final)

Dahlgren aceptó plenamente esta visión. «Habiendo visto una gran cantidad de práctica experimental, y presenciado tantos disparos prolongados en acción con el enemigo como los que le tocaron a la mayoría de los oficiales,» declaró en un memorándum de diciembre de 1865, «Estoy satisfecho de que la Artillería Naval no será reemplazada por los Armas estriadas

Thayer Mahan

…el cañón liso y su proyectil redondo es mejor que el cañón estriado y el proyectil cónico.» Oficiales navales americanos, oficiales y expertos en artillería compartieron esta opinión. Gus Fox creía que los cañones de 9 y 11 pulgadas eran los mejores cañones de proyectiles que existían. El capitán James Alden, capitán del balandro de vapor Brooklyn durante la mayor parte de la guerra, dijo que el 9 pulgadas era la «mejor arma jamás hecha»… Los hombres se paran alrededor de ellos y luchan contra ellos con tanta confianza como beben su grog. Alexander Lyman Holley, un fabricante de acero americano y experto en artillería, declaró que, contra objetivos no blindados, los 9 y 11 pulgadas de Dahlgren eran «comparativamente perfectos».

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Azules y Grises – Una historia de la Guerra de Secesión y sus combatientes españoles

Ediciones Salamina acaba de publicar el último libro de Joaquín Mañes, un estudio de la Guerra de Secesión norteamericana desde la perspectiva de España, su presencia centenaria en América y sus combatientes en dicho conflicto.

Azules y Grises. Joaquín Mañes.

Más de la mitad del territorio estadounidense fue descubierto y explorado por el Reino de España. Comunidades de españoles y de descendientes de españoles mantuvieron una presencia social y cultural en algunos territorios del sur y el medio oeste de Estados Unidos, lo que dejaría su impronta posterior en la guerra civil norteamericana.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). El Gobierno de «Abe el honesto»

Muchos fueron los acontecimientos que llevaron a la Guerra de Secesión de los Estados Unidos: exceso y a la vez falta de voluntad política por llegar a un entendimiento, actuaciones por la vía de los hechos, falta de decisión de los responsables políticos, amateurismo en lo militar, lo imprevisible de la situación, la agitación provocada –a favor o en contra– por la prensa… todos ellos los estamos concentrando en un solo punto de la costa estadounidense, el fuerte Sumter, frente a Charleston, Carolina del Sur. Durante los pasados meses de julio y agosto narramos los acontecimientos que se desarrollaron antes de la llegada al poder de Abraham Lincoln, a quien podríamos acusar incluso (se hizo) de haber provocado la secesión de los estados del Sur. Terminábamos nuestra última entrada con este momento crucial: el 4 de marzo de 1861, Abraham Lincoln se convirtió en el decimosexto presidente de los Estados Unidos de América y el tablero de juego cambió por completo.

Abraham Lincoln

El mismo día en que pronunciaba su discurso inaugural, llegó un mensaje del comandante Anderson indicando que les quedaban provisiones para un mes, cuarenta días si las racionaban. En esta ocasión la nueva administración no iba a disfrutar de tregua alguna. “Confieso –dijo Lincoln– que no deseo arriesgar mi reputación intentando enviar refuerzos a este puerto […] con una fuerza inferior a veinte mil hombres”. El problema es que el Ejército de Tierra de los Estados Unidos ascendía tan solo a dieciséis mil efectivos, su Marina estaba dispersa por el mundo y su oficialidad estaba siendo sometía a la constante sangría de quienes abandonaban las Fuerzas Armadas para dirigirse al sur.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). ¡Secesión!

Como explicamos en la última entrada de esta serie, el 9 de enero de 1861 fracasaba el viaje del buque de vapor Star of the West, cuyo fin había sido reaprovisionar y reforzar la guarnición federal de 72 hombres que defendía el fuerte Sumter, en Carolina del Sur; una construcción militar en poder de la Unión desde la que se podía cerrar el acceso naval a Charleston, la capital del Estado, y que por consiguiente era de suma importancia para el nuevo Gobierno secesionista del mismo.

Ordenanza de Secesión, del Estado de Georgia.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Los periódicos del norte fueron bastante unánimes en su crítica feroz de lo que, desde su punto de vista, no era ni más ni menos que un hecho de guerra pues, a fin de cuentas, las baterías de Carolina del Norte habían disparado contra un buque desarmado, que estaba al servicio del Ejército y que ondeaba la bandera nacional. Sin embargo, una vez más, las miradas se fueron apartando del fuerte poco a poco, en cuanto los unionistas se dieron cuenta de que el presidente Buchanan no iba a hacer nada y decidieron esperar la llegada de Abraham Lincoln.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). La expedición imposible.

Star of the West, la estrella del oeste, el nombre mismo del barco tenía algo de evocador. Como ya adelantábamos en la entrada anterior, fletado por 1250 dólares al día, se trataba de un vapor civil, completamente desarmado que, según los planes diseñados por el general Winfield Scott, tenía que ser capaz de llegar hasta fuerte Sumter sin ser atacado por las baterías de Carolina del Sur (recordemos que la confederación, como tal, aún no se había formado, ni había estallado la guerra de secesión) ya que no era un buque de guerra. El objetivo, reforzar y reabastecer a la guarnición federal de fuerte Sumter.

Resultado de imagen de Star of the west 1861

Un croquis del Star of the West

Sin embargo, como bien podrá imaginar el lector a estas alturas, bajo la égida de un Gobierno titubeante y que solo seguía en el cargo a la espera de la nueva administración Lincoln, lo que parecía un plan sencillo pronto se torció.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). La decisión presidencial.

Enfrentado al traslado de las tropas del comandante Anderson desde fuerte Moultrie a fuerte Sumter, como explicábamos en la entrada anterior, y a las recriminaciones de los representantes de Carolina del Sur que se habían trasladado a Washington con ocasión de la secesión acordada por la asamblea estatal el 20 de diciembre, el presidente saliente John Buchanan había decidido consultar con su gabinete en una reunión que tuvo lugar en torno a la media mañana del 27 de diciembre de 1860.

El vapor de guerra USS Brooklyn

Uno de los intervinientes en aquel encuentro fue el secretario de Guerra John B. Floyd, quien indicó que Anderson se había desplazado contraviniendo sus órdenes y con ello había violado la promesa implícita del presidente. La afirmación tenía algo de verdad, pues las órdenes iniciales de Floyd, enviadas a través del general don Carlos Buell, habían ido en esa línea; pero mucho de mentira pues Buell, una vez in situ, había ordenado a Anderson que se defendiera y conservara los fuertes, y esas instrucciones habían sido refrendadas por Floyd. En todo caso, terminó Floyd su alocución, lo que había que hacer ahora para que el presidente no perdiera su imagen de honradez era abandonar el puerto por completo. Esta postura se encontró con la oposición del fiscal general Edwin Stanton, quien habría afirmado que “un presidente de los Estados Unidos que emitiera una orden semejante sería culpable de traición”. “No es tan malo como eso, amigo mío, no tanto”, habría contestado Buchanan, pero lo cierto es que como presidente saliente se hallaba entre la espada y la pared; entre la futura toma de posesión de un sucesor mucho más dispuesto a luchar y sus propios deseos y ambigüedades con respecto a la causa secesionista.

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La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). ¿Un acto de guerra?

El capitán Abner Doubleday era uno de esos oficiales con suerte. Nacido en una familia de muy escasos recursos, había conseguido prepararse para ir a la escuela superior, y luego a la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point. Aun así, su futuro no parecía demasiado prometedor. Había servido en diversas guarniciones costeras antes de ir a la guerra contra México primero y contra los Semínolas después, y luego, otra vez a la aburrida vida de guarnición. Hasta que el destino lo puso en el fuerte Moultrie, como segundo al mando del comandante Anderson.

                                       Clavando los cañones. La técnica consistía en encajar un clavo en el oído para inutilizar la pieza.                                                                                    El resultado era solo temporal, pero muy a menudo era lo único que se podía hacer. 

Aquella tarde del 26 de diciembre, Anderson acababa, precisamente de convocarlo.

  • Capitán –dijo el comandante– dentro de veinte minutos abandonará usted este fuerte, con su compañía, e irá a fuerte Sumter.

Según sus propias memorias, Doubleday, quien, por cierto, acabaría comandando todo un cuerpo de ejército en Gettysburg “pensé en las hostilidades, inmediatas, que este movimiento iba a provocar”.

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