Tigres contra Stalins – Otto Carius asalta la aldea de Krivani/Malinava (2ª parte)

Finalizamos aquí la aventura de Carius en Malinava y nuestro pequeño homenaje al As Panzer alemán recientemente fallecido. Agradecemos a Ediciones Salamina la deferencia que ha tenido en cedernos el capítulo “Golpe Sorpresa” de las memorias de Carius “Tigres en el Barro”

Un pequeño y pantanoso arroyo fluía al norte, más allá del límite de la aldea. Un puente de madera que se caía a pedazos y que de ninguna manera soportaría el peso de un Tiger, lo atravesaba. Situé mi carro al borde de la aldea, bien camuflado, y me llevé al Feldwebel Kerscher y al Leutnant Nienstedt en mi VW-Kübel, que traía a todas las operaciones siempre que ello fuera posible. El VW tenía que seguir siempre a los carros excepto, por supuesto, en combate. Siempre tenía que estar a mano, no obstante, por lo que el conductor del VW ya se había ganado una merecida Cruz de Hierro.

Debido a que durante mis queridos viajes de exploración algunos VW habían sufrido daños en el batallón me habían puesto el mote de «mata-Volkswagens». No obstante, eso era una gran exageración, pues no puedo recordar ni un solo ejemplo en que sufriéramos la pérdida total de un VW. En todo caso el batallón me ordenó desplazarme en un SPW a esas cosas les llamábamos «ataúdes»— pero resultaban demasiado lentos y poco fiables debido a que las cadenas de esos vehículos semiorugas se salían con frecuencia.

Quedaba uno entonces inmovilizado y perdía un montón de tiempo. Y el blindaje no era mucho mejor que la chapa del Volkswagen…Mientras el operador de radio del batallón informaba al batallón de nuestra nueva posición ya estábamos de nuevo en marcha. Queríamos situarnos en la carretera más amplia que habían, probablemente, usado los rusos. Según el mapa se encontraba con la Rollbahna unos diez kilómetros al norte de «nuestro» pueblo de Krivani. Alcanzamos esta carretera después de unos cuatro kilómetros y vimos cómo nuestras sospechas se confirmaban: ¡huellas de cadenas recientes! Si nuestra suerte persistía entonces podríamos esperar allí al resto de la brigada rusa y sorprenderla. Esto, por supuesto, siempre que no les hubiera llegado ningún nuevo informe de la situación.

Pero había que superar una dificultad más. Desde la posición de la compañía no se veía la carretera. Mientras regresábamos buscamos un vado practicable, que encontramos corriente abajo. Hicimos cruzar el arroyo cuidadosamente a los carros para que ninguno quedase atascado. Todo fue bien con los seis primeros Tiger pero el séptimo se hundió hasta el chasis y solo pudo ser liberado con dificultad y retrocediendo. Por lo tanto parecía aconsejable no hacer cruzar el arroyo a los dos carros restantes. Nuestros seis cañones tendrían que ser suficientes para hacer lo que habíamos planeado. Más tarde me alegraría de haber dejado esos dos Tiger en la otra ribera porque nos harían falta para ayudar a los seis vehículos que participaron en la operación a cruzar de nuevo el arroyo.

El tiempo apremiaba, por lo que situé a los seis Tiger tan rápido como fue posible tras una pequeña elevación del terreno de forma que tuvieran un campo de fuego sobre la carretera por la que esperábamos ver llegar a Iván. La posición fue magníficamente camuflada por mis hombres. Hice venir entonces a los comandantes a la colina y les describí el curso de la carretera. Desde allí controlábamos un tramo de unos dos o tres kilómetros. La carretera desaparecía tras una elevación situada a nuestra izquierda.

Si los rusos realmente iban a venir como nosotros queríamos, entonces tendríamos que dejar que su primer carro avanzase hasta justo el pie de la colina antes de abrir fuego. Al hacer esto, podríamos atrapar la mayor cantidad posible de vehículos enemigos. Era tan solo cuestión de tener nervios templados y disciplina para asegurarnos de que nadie abriera fuego demasiado pronto. Pero, gracias a Dios, habíamos practicado esto tantas veces que tenía que funcionar. Los campos de fuego fueron distribuidos con detalle.

Pero lo único verdaderamente importante era que el carro de la izquierda disparase al primero y que el Tiger de la derecha hiciera lo propio con el último carro ruso. Todos los Tiger deberían abrir fuego simultáneamente a mi orden. Me senté en el puesto de operador de radio de Kerscher, pues mi vehículo era uno de los dos que no habíamos podido hacer cruzar el arroyo. Kerscher estaba en el extremo izquierdo. Si teníamos suerte todo marcharía como si estuviéramos en un campo de maniobras. Estaba contento por el LeutnantNienstedt, quien estaba ansioso por poder tener al fin en su punto de mira unos cuantos carros enemigos.

Durante media hora estuvimos en la mayor tensión. En tales situaciones cada minuto se convierte en una eternidad. Finalmente, divisamos nubes de polvo hacia el este. Si no eran nuestros camaradas de las otras compañías entonces tenían que ser los rusos. Usando mis prismáticos no tardé en ver a los carros que se acercaban lentamente. Nuestras esperanzas se habían cumplido. Iván no sabía nada de la desgracia sufrida por su destacamento de vanguardia, como evidenciaba el que la infantería fuera montada sobre los carros, los cañones estuvieran en posición de marcha y que los rusos avanzaran como si marchasen por la retaguardia. Entre sus carros pronto vimos también camiones que seguramente transportaban combustible y municiones. Esa gente marchaba delante de nosotros, ante nuestros ojos, como en un desfile. Como mucho estaban a un kilómetro de distancia. En cada carro había de diez a quince hombres de pie o sentados que no tenían ni idea de que les acechábamos.

Justo cuando el primer carro ruso estaba a punto de desaparecer tras la protección del terreno elevado di la orden de disparar. Lo que tuvo lugar entonces aceleró los latidos del corazón de cada carrista. Yo estaba tan excitado que incluso salté del carro para tener una mejor vista del espectáculo. El pánico era indescriptible. No partió ni un solo tiro de ninguno de los carros rusos. Naturalmente, no pudimos dedicarle tiempo a la infantería rusa que huía. Después de liquidar a todos los vehículos no se veía a un solo ruso. Aquellos que no habían quedado en los carros se habían dispersado por los campos. Toda la columna de vehículos estaba ardiendo. Algunos de los camiones volcaron, uno chocó contra otro; ni uno pudo escapar. Para cuando los rusos supieron de dónde venían los tiros todo había sido dejado ya fuera de combate.

¡Era un espectáculo horriblemente hermoso! Ante nosotros ardían y humeaban veintiocho blindados. A cada momento estallaba un depósito de combustible; la munición crepitaba y despedazaba las torretas. Habíamos hecho un gran trabajo. Estaba firmemente convencido de que le habíamos dado a Iván una buena lección, suficiente para asegurarnos una noche tranquila. Retiramos entonces nuestros carros de vuelta a la aldea y me sentí satisfecho cuando conseguí hacerlos cruzar a todos el arroyo.

Esta trinchera de agua turbia era bienvenida como protección para la noche. El SPW de comunicaciones informó de nuestro triunfo. Mis hombres recibieron entonces orden de descansar para así poder estar alerta durante la noche. Me llevé conmigo a un operador de radio en el Kübel, que haría de guía para los vehículos de abastecimiento, y nos lanzamos por la Rollbahn hacia el punto de suministro avanzado. Mientras tanto, este se había situado cerca de la zona donde la Rollbahn que iba al este se separaba de la Rollbahn principal. Este era el punto en el que habíamos girado al mediodía.

Posiblemente todavía no sabían que tenían que ir a buscarnos a un lugar completamente diferente de donde se suponía que estábamos. Aún no habíamos establecido contacto por radio con él. Cuando llegamos al punto de apoyo tuvimos una muy calurosa recepción, debido a que la gente de los cañones de asalto ya había informado de nuestro golpe de mano. Cuando además les informamos de nuestros éxitos adicionales las celebraciones no tuvieron fin. El Hauptfeldwebel sacó de inmediato una botella de coñac para cada tripulación. Comida, combustible y munición no tardaron en estar listos para su distribución.

Lünneker, mi «maestro de la radio», asumió el mando de la columna para que las tripulaciones fueran reabastecidas rápidamente. Marché velozmente al batallón, cuyo puesto de mando estaba en el mismo lugar que el de la división. Quería informarme de la situación y asegurarme de que se nos asignaría, al menos, una compañía de infantería antes de que comenzase a oscurecer. Una noche sin nuestros amigos de la infantería no era apetecible, no nos sentíamos cómodos sin ellos. El Hauptfeldwebel recibió instrucciones de tener los camiones preparados para transportar a la infantería.

A mitad de camino del puesto de mando nuestro comandante vino a mi encuentro. Estaba transformado y me felicitó por nuestro triunfo. Me habló de la euforia que reinaba en el cuartel general de la división debido a que la situación había sido solventada de forma tan elegante en un momento crítico. Al mismo tiempo se trataba del primer gran éxito del batallón desde que Schwaner era su comandante. Estaba, por tanto, completamente satisfecho, y la vieja disputa entre nosotros quedó enterrada y olvidada. Los hombres del frente no guardan rencillas. De camino al escenario de nuestra acción hablamos de las medidas que debían tomarse. También tuve que describir con exactitud cómo había ejecutado la operación. Mencioné que Iván no habría sufrido este revés si hubiera dejado de seis a ocho carros como reserva fuera del pueblo. Schwaner sonrió con la observación.

Tigres en el Barro – Otto Carius. Ediciones Salamina

«Pero entonces, Herr Carius, ¡habría sido usted vapuleado en el pueblo!». Puede contrarrestar su argumento diciéndole que mis seis Tiger habían estado listos para lanzarse en mi auxilio en caso necesario, algo que había sido previsto. Pero admití que, ciertamente, las cosas no habrían ido tan bien en ese caso. De camino hacia el frente nos encontramos con el oficial de operaciones de la división de infantería, quien, por desgracia tenía que trabajar con el nuevo jefe divisionario. Había estado echando un vistazo a los carros rusos destruidos en la Rollbahny conversamos acerca de la reconstrucción de la línea del frente, tal y como había sido planeada en la división. Se suponía que la nueva línea tendría que quedar establecida a la mañana siguiente y para entonces estaba previsto que hubiéramos entablado contacto al norte y al sur. El Major Schwaner puso todos nuestros camiones a disposición de la infantería para transportar a los hombres.

Así, esperábamos que el frente quedaría de nuevo en orden con las primeras luces de la mañana. Condujimos entonces hasta el primer objetivo de nuestro ataque, Krivani, donde aún humeaban algunos de los carros. Inspeccionamos un Stalin que estaba, hasta cierto punto, aún de una pieza. El cañón de 12,2 cm de tubo largo todavía nos inspiraba cierto respeto. Una desventaja del Stalin era que no empleaba munición de una pieza; en lugar de eso proyectil y cartucho tenían que ser cargados por separado. El blindaje y la silueta eran mejores que las de nuestro Tiger pero nos seguía gustando mucho más nuestro armamento. Uno de los Stalin que no habían ardido debía ser llevado a Dünaburg para luego ser transportado a Berlín, pero los rusos no nos dejarían tiempo para ello.

Viene de Tigres contra Stalins – Otto Carius asalta la aldea de Krivani/Malinava (1ª parte)

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2 comentarios en «Tigres contra Stalins – Otto Carius asalta la aldea de Krivani/Malinava (2ª parte)»

  1. Como antiguo miembro de una tripulación de carros del ejército español ( cabo-tirador de AMX-30), esta acción del comandante Carius es de manual, y de nervios de acero. Por otro lado, el hecho de que Iván fuera de esa manera por la línea del frente, sin haber enviado batidores para reconocer el terreno, deja bien claro la bisoñez de aquellos infelices.

    Magnifico relato.

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    • Querido cabo, no ha terminado ud de comprender la parte rusa, en eate relato. No eran tan tontos: la avanzada que ud reclama, claro que existió, ni más ni menos que una fuerza de una veintena de carros y una cia de infanteria, destruida previamente por Carius y Kerscher en el pueblo, con la enorme fortuna de que esa vanguardia acababa de comunicar a su retaguardia que todo estaba despejado, y tras el ataque alemán ya no pudieron comunicar de nuevo. Los rusos avanzaban tranquilos porque su poderosa vanguardia acababa de decirles que no habia enemigos.

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