La batalla de Santa Cruz (I). La flota japonesa.

Estamos a 11 de octubre de 1942, la guerra mundial en el Pacífico ya tiene casi un año, un tiempo durante el que han pasado muchas cosas, entre otras la batalla de Midway (4-7 de junio), que ha detenido en seco la expansión japonesa y ha reducido la flota nipona de portaaviones a la mitad. Pero el Imperio del Sol Naciente todavía es un enemigo peligroso. Justo en algún momento de este día, el almirante Isoroku Yamamoto se halla a bordo del Yamato, el acorazado más poderos de la historia, observando como zarpa la Flota Combinada, a la que comandará estratégicamente desde el atolón. Es posible que el japonés no se lo pregunte, pero ¿qué sentido tiene mantener en puerto un buque tan poderoso? Tal vez no se le ha escapado el hecho de que la era del acorazado ha terminado.

El atolón de Truk, durante un ataque norteamericano. Una laguna inmensa capaz de contener a la flota combinada.

La flota que parte de Truk forma parte de uno de los típicos planes navales japoneses: diferentes agrupaciones navegando independientemente desde bases dispersas en pos de un solo objetivo. La misión es apoyar los desembarcos propios en la isla de Guadalcanal, donde los Marines estadounidenses han creado un perímetro alrededor del aeródromo Henderson (Cactus, en clave), que las tropas de tierra niponas tratan de rodear y destruir, sin demasiado éxito. Además, y siempre que sea posible, también sería deseable enfrentarse a la flota norteamericana y darle un par de “cucharadas de Midway”, por restablecer el equilibrio.

Para esta misión, como ya adelantábamos, las fuerzas niponas navegan divididas. Al oeste, en lo que sería uno de los picos de un triángulo, navega la Fuerza Avanzada, bajo el mando directo del vicealmirante Nobutake Kondo, que tiene el mando a flote de toda la operación. Con él navega la 2.ª División de Portaaviones, formada por el Junyo y el Hiyo, escoltados por los acorazados Kongo y Haruna, los cruceros pesados Atago, Takao, Myoko y Maya, un crucero ligero, el Isuzu, y doce destructores.

Al este, más o menos sobre la misma latitud, navega el elemento más poderoso de la fuerza de Kondo, la 1.ª División de Portaaviones, formada por el Shokaku y el Zuikaku, lo mejor de la Flota imperial, acompañados por el portaaviones ligero Zuhio y escoltados por el crucero Kumano y ocho destructores.

Nobutake Kondo (1886-1953)

Y por fin, hacia el sur de la fuerza que acabamos de citar, formando un ángulo recto con las otras dos, navega la Fuerza de Vanguardia del contralmirante Hiroaki Abe, que alza su pabellón a bordo del acorazado Hiei. También navegan con él el de su misma clase Kirishima, los cruceros Suzuya, Tone y Chikuma, el crucero ligero Nagara y siete destructores.

A estas alturas es importante quedarse con una idea básica, en ese momento los japoneses tienen cinco portaaviones en el mar, contra uno solo norteamericano, el Hornet.

Ya hemos dicho que se trata de una operación de apoyo, sin embargo, el gran problema de los japoneses es que el ejército de tierra, enfrentado a graves problemas logísticos, no va a dejar de retrasar la operación terrestre en la que la Marina tiene que colaborar, y eso supone dos cosas: gasto de combustible y la posibilidad de ser descubiertos. Aun así, la flota actúa, por ejemplo, durante la noche del 13 al 14 de octubre, cuando los acorazados Kongo y Haruma van a desencadenar un brutal bombardeo sobre el aeródromo Henderson. Luego, toda la fuerza japonesa ha de seguir navegando hacia el sur de las islas Salomón, en busca de una posibilidad de toparse con el enemigo y destruirlo. Dos blancos se les ofrecen, una flota artillada que navega en torno a la isla de Rennell, y el grupo del Hornet.

Henderson Field, en Guadalcanal, objetivo final de todas las operaciones. Al fondo se puede ver Irombottom Sound, el canal entre esta isla y Tulagi

Para los japoneses las cosas no van a tardar en torcerse. El 15 de octubre el tráfico radiofónico enemigo es intenso, algo está sucediendo en Pearl Harbor, de donde parece estar zarpando una flota importante. Yamamoto, y Kondo, todavía no lo saben, pero se trata del viejo Enterprise, recién reparado, que parte hacia el sur con su grupo de combate. Tal vez lo ideal hubiera sido atacar rápidamente al Hornet, pero las cosas siguen empeorando. El 16, este portaaviones y su grupo desaparecen de la zona patrullada por los aviones de reconocimiento japoneses. Mientras, entre esta misma fecha y el 18 Kondo tiene que someter a sus barcos a un largo proceso de reabastecimiento de combustible. La culpa, por supuesto, es del Ejército de Tierra, que ha ido retrasando su asalto y ahora los buques, escasos de medios, tienen que asegurarse de estar en óptimas condiciones por si aparece la flota enemiga, ya que repostar bajo un ataque aéreo es el paradigma de una maniobra suicida.

Japanese aircraft carrier Hiyo.jpg
Hiyo, el portaaviones que no llegó a combatir

El 19, los nipones navegan de nuevo a toda máquina, y el 20 las perspectivas parecen buenas, pues incluso los periódicos norteamericanos informan de la inminencia de un gran choque naval en el pacífico sur. Sin embargo, a la 1.00 del día 21, todo se tuerce. Una densa nube de humo surge repentinamente del portaaviones Hiyo, la siguen las llamas, se trata de un incendio en la zona de ingeniería que, si bien es sofocado finalmente, causa daños graves. A partir de ese momento el portaaviones solo pueda alcanzar una velocidad de 16 nudos, totalmente insuficiente para operar con la flota por lo que. tras distribuir sus aviones entre otras unidades, el buque tiene que volver a Truk para ser reparado.

Entretanto, el Ejército vuelve a amenazar con que operará, y la flota empieza a navegar hacia el sur, destacando al crucero Chikuma y al destructor Teruzuki hacia el este, de donde se supone que ha de venir el enemigo, para lanzar misiones de exploración con sus hidros. Buscan al portaaviones norteamericano que, desde las 14.00 horas del día 24, ya no es uno sino dos. El Enterprise ha llegado a destino. Los japoneses siguen siendo superiores, pero ya no tanto, y en la guerra aeronaval de entonces, si la suerte es adversa, un enemigo duplicado puede valer el cuádruple.  

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