El frente del Oder (crónicas de Subbotin I)

Volver a la batalla de Berlín después de muchos años de una pequeña monografía en la que tuve la ocasión de participar ha sido todo un placer. En esta segunda ocasión de profundizar en esta última y sangrienta acción, he topado con algunas fuentes curiosas, como las crónicas de Vassili Subbotin, editadas y publicadas por Tony le Tissier, uno de los mayores expertos en estos acontecimientos. Quiero aprovechar algunas entradas para compartir parte de este material. Solo la traducción es mía.

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Soldados soviéticos ante un panel de carreteras. Berlín, 165 km.

“Me resulta extraordinario pensar que, siendo un joven, tan solo algo más de 20 años, estaba sentado en una trinchera sobre el Óder”.

“Anteayer me desperté en un edificio cerca del frente. Todos seguían durmiendo. Caían truenos a nuestro alrededor y el edificio se sacudía. Para mí, la situación resultaba obvia. La ofensiva había comenzado, y tenía que moverme. No necesitaba órdenes para ello. En apenas un instante me había vestido, me había echado la bolsa al hombro, sacudido al hombre que había dormido a mi lado y le había dicho que me iba”.

“No tuve que preocuparme por buscar el camino, simplemente fui hacia las explosiones cuyos proyectiles pasaban por encima de mí. Estaba amaneciendo. Salía el sol cuando crucé el Óder, sobre un puente que se balanceaba y que estaba a medias bajo el agua”.

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Imprenta de un periódico de campaña. Esta foto es de 1941.

“La llegada de la mañana me alegró, no solo porque había descansado bien y el aire era fresco. ¡Por fin ha comenzado! Solo me molestaba que nadie me hubiera dicho cuándo exactamente. Parece que nadie ha considerado necesario informarnos, a los trabajadores del periódico divisionario. Todos debían de saberlo desde la noche anterior, pero nadie nos ha informado”.

“La cabeza de puente se halla justo al otro lado del Óder, en una hondonada revuelta y deforme. Se me había enseñado la zona desde la orilla del dique, a este lado. Todo me parece claro y amplio. Pero apenas acababa de meterme en aquel desorganizado laberinto de trincheras cuando perdí la orientación y fui incapaz de encontrar mi camino. Fui de acá para allá hasta que me di cuenta de mi error. No era tan fácil encontrar lugares que había visto con tanta claridad desde lo alto del dique, como si estuviera mirando un mapa”.

“Finalmente, conseguí encontrar la posición de nuestros morteros, bien camuflados. El comandante de la batería y el de una de las secciones eran hermanos, ambos eran soldados tranquilos y taciturnos. Uno se llamaba Anatoli y el otro Grigori. Había que conocerlos para ser capaz de distinguir a uno de otro”.

“Anatoli estaba encantado. ‘¿Eres tú?’, preguntó mientras me metía en el refugio. Estaba sentado muy inclinado, porque el agujero no era muy profundo. No se podía excavar más a causa del agua”.

“Esa mañana vagabundeé durante un buen rato por las trincheras, desconocidas para mí, que iban a izquierda y derecha. Cuando una se acababa, trepaba a la superficie y seguía hasta meterme en otra”.

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Soldado soviético equipado con un impermeable.

“El aire era fresco y húmedo. Llevaba un impermeable sobre el uniforme. Era primavera, la segunda quincena de abril, pero ese año ya nos habíamos puesto los uniformes de verano. Ya había cambiado mi gorra de lana por una de pico, así estuve recorriendo la cabeza de puente, hasta que el sol estuvo bien alto en el cielo”.

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