El ejército que cruzó el Rin (IV)

Habíamos dejado a la sección de blindados del teniente Robillard en una difícil posición, atascada en uno de los caminos que cruza el bosque de Bienwald y bajo el fuego de un 88 alemán. Tras llamar al puesto de mando, estos les avisan de que va para allá “el abuelo”, sin duda uno de esos personajes singulares que a veces da la guerra. Sigamos con el testimonio del oficial del oficial de la 9.ª Compañía del Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera.

Hileras de dientes de dragón y alambre de espino, colocadas por los alemanes en el Bienwald. Sin duda, los troncos caídos no eran el único obstáculo
Hileras de dientes de dragón y alambre de espino, colocadas por los alemanes en el Bienwald. Sin duda, los troncos caídos no eran el único obstáculo

“Unos instantes después, conduciendo su Jeep con, las manos enguantadas y el casco colgando en bandolera, llega al lugar el capitán De Chassey. Deseoso de enterarse de cómo estaba la situación, se subió a los troncos caídos para ver mejor la amplia zona por la que se extendían. Sin embargo, no consiguió ver hasta dónde llegaba así que, con la desenvoltura de los que quieren ‘enterarse’ de cuál es la situación para informar a su jefe con exactitud, se paseó por todas partes, sorprendido de que no le cayera encima proyectil alguno. El teniente [Robillard], también se alegró de que esta ‘ronda de inspección’ no provocara ninguna respuesta belicosa de los de enfrente. Finalmente, convencido de que se podría pasar por aquel agujero de la línea Sigfrido tan solo con una buena sierra y mucho sudor, el capitán se marchó. El problema, claro, era que no había agujero –los alemanes son gente previsora– pero bastaba con hacer uno. De acuerdo con esta filosofía, una vez provista de una excavadora para que abriera camino, las agrupaciones avanzarían de nuevo. ¡Hacia la gloria!”

Los tenientes Eble, Chevalier y Robillard, recién levantados [obviamente, el testimonio se refiere a una jornada posterior y nos da a entender que la ofensiva narrada en los párrafos anteriores se detuvo] y convocados para oír, del propio jefe, los pormenores de la misión que habían recibido, inclinaron la cabeza mientras marcaban sobre el mapa el itinerario previsto… uno de ellos se frotaba los ojos para desperezarse, el otro bostezaba con la mayor discreción posible mientras que Robillard, el más vehemente, afirmaba gesticulando: ‘¡Pero si les digo que los obstáculos de troncos caídos jalonan el Bienwald de un extremo al otro, y que no podemos acercarnos sin recibir una buena descarga! ¿Cómo, en estas condiciones, podemos dedicarnos a eliminar los obstáculos? Necesitaríamos el Piper Cub [una avioneta de reconocimiento] para dirigir el fuego de contrabatería y, por mucho que llamemos cerillas a esos troncos, no son tan fáciles de quitar’. Sin embargo, como no quería ser el último en partir, acabó marchando a despertar a sus hombres y a dar órdenes a sus mandos subalternos.

Magnífica foto de un Tank Destroyer M10. Su principal inconveniente era el techo abierto de la torreta, y su vulnerabilidad al fuego de artillería
Magnífica foto de un Tank Destroyer M10. Su principal inconveniente era el techo abierto de la torreta, y su vulnerabilidad al fuego de artillería

Así, aquella mañana la sección Leprette, apoyada por el pelotón de carros de combate del teniente Laborde y por dos Tank Destroyers, partió hacia el cruce 136 con la misión de proteger el trabajo de los ingenieros. Gente valiente y simpática, nuestros ingenieros. Poniendo la pala en posición, el jefe de sección había sido herido en las piernas por una ráfaga de ametralladora, pero el conductor de la máquina siguió con su trabajo valientemente. A cada instante, densas y agrupadas ráfagas de 88 caían sobre el cruce o sobre la cima de los pinos. Impotentes, los carros de combate se limitaban a localizar a las ametralladoras enemigas, instaladas en las casamatas cercanas y entre los propios amontonamientos de troncos, y a disparar contra ellas con sus cañones. Sin embargo era difícil localizarlas pues en la zona había muchos tiradores de élite, que con una sola bala eran capaces de tumbar a cualquier explorador demasiado valiente.

Un grupo de goumiers, descansando entre combates
Un grupo de goumiers, descansando entre combates

Entretanto, los goumiers que patrullaban los bosques a nuestro alrededor volaban a causa de las minas y se desplomaban gimiendo […] en estas condiciones, las horas pasan muy deprisa, llenas de imprevistos y matizadas tanto por momentos de auténtica angustia como por otros de absoluta alegría, en cuanto tiene lugar algún acontecimiento cómico [desgraciadamente, el autor no cita ninguno]. Toda la jornada pasó tratando de despejar la zona, deteniéndonos cuando la reacción enemiga era demasiado violenta, pero hacia el final de la tarde, tras un bombardeo en picado contra la ciudadela de Büchelberg, que observamos con sumo interés. ¿Acaso no parece debilitársela resistencia enemiga?”

Ya lo veremos otro día.

2 comentarios en «El ejército que cruzó el Rin (IV)»

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