Borovichi 1951 – Los españoles se sublevan (II)

El comandante alemán Hans Diesel, que estaba encarcelado, le contaba meses después a Palacios cómo le invitaron los españoles a salir, cosa que no hizo, a pesar de haber quedado destrozada su celda, pues los presos arrancaron la puerta para fabricarse armas de madera.

Teniente Rosaleny, Capitán Palacios y Alférez Ocaña

Una vez juntos libertos y libertadores, encendidos de ira, se precipitaron contra las oficinas del campamento donde Makaro, inútilmente, intentaba hacer comer al recién secuestrado. El jefe de campo, viéndoles llegar, echó a correr, perseguido por los españoles y, acompañado de toda la guardia rusa interior del campamento, presa de pánico, cruzó la línea de alambradas, refugiándose, junto con su Estado Mayor, tras la zona rastrillai (punto de la cerca que no podía ser traspasado so pena de recibir fuego de ametralladora o fusilería).

El campamento de Borovichi había quedado en poder de los españoles. Emplazaron los rusos ametralladoras y altavoces en las garitas del exterior y, mientras Makaro telefoneaba a Novgorod pidiendo refuerzos, sus oficiales, a grandes voces, amonestaban a los españoles a rendirse.

Es preciso decir que el campamento estaba situado en plena ciudad: era como un inmenso solar, rodado de alambradas, entre las calles de un barrio popular del pueblo de Borovichi. Al ver lo que ocurría, multitud de curiosos se apiñaron tras las alambradas y, al poco tiempo, una verdadera muchedumbre, asombrada, presenciaba cómo aquellos hombres, en un delirio de locura, se colocaban frente a las ametralladoras, retiraban la ropa del pecho y retaban a los soldados señalando, con gestos y aspavientos, el sitio de su cuerpo donde debían disparar.

Durante todo el día el campo estuvo en manos de los españoles. Los alemanes, encerrados en sus barracones, se abstuvieron de intervenir, comprendiendo bien que , dado el estado de ánimo de los rebeldes, cualquier chispa podía provocar derramamientos de sangre. Se limitaban a asomarse a las barracas, entre admirados y asombrados.

– Brave Spanien!

Muy avanzada ya la noche llegó un automóvil desde Novgorod con el Estado Mayor de la Policía y, en cabeza, el lacharni uprablemia (el capitán palacios escribe los nombres tal y como le suenan ya que no escribe ruso), jefe supremo de los nueve lager de concentración de toda la zona. Sin atreverse a penetrar en el interior del campo, desde la puerta del cuerpo de guardia pidieron a gritos que nombraran una comisión que, representando a la totalidad de los huelguistas, pudiera exponer cuáles eran las causas de la rebelión. Contestaron los españoles que solo querían mantener correspondencia con sus familias y ser repatriados. Replicaron los rusos que mientras España tuviera un régimen fascista, la repatriación era imposible.

Recurrieron primero los rusos a las amenazas, recordándoles la gravedad de cuanto habían cometido. Apelaron después a la persuasión, otorgándoles el perdón si renunciaban a su actitud. Los parlamentarios dijeron que no había halagos ni amenazas capaces de doblegarles. O recibían promesa formal de que las cartas de sus familiares les serían entregadas, o morirían allí mismo, irremisiblemente, de hambre.

-Si queréis la lucha la tendréis- dijeron los rusos. Y se retiraron.

Volvieron los parlamentarios a sus barracas y describieron lo ocurrido. Presas del frenesí y de la ira, la masa de huelguistas propuso entonces prender fuego a la barraca, encerrarse en ella y morir todos juntos, como hicieron sus antepasados en Sagunto y Numancia. Sin embargo, los más sensatos se hicieron oír, decidieron que volvieran a la cárcel los encarcelados y a sus chabolas los libres y que continuaran con la huelga hasta que los rusos les concedieran el derecho a recibir cartas de los suyos.

Serían las dos de la madrugada del 13 de abril cuando media docena de policías, protegiéndose en la oscuridad, avanzaron sigilosamente para no ser vistos por los centinelas españoles y secuestraron de la cárcel al teniente Altura, que, amordazado e impotente para defenderse (la huelga duraba ya 8 días) fue extraído sin que se enteraran sus compañeros, empujado a un pasillo a oscuras e introducido en un apartamento donde quedó de pronto, cegado por unos potentísimos focos eléctricos. Le esposaron, amordazaron y sacaron fuera del campo. Máximo Moral, Gumersindo Pestaña, Félix Alonso, Ángel Salamanca y González Santos fueron víctimas de las misma maniobra, sin que sus compañeros de la barraca se apercibieran de lo ocurrido.

Ángel Salamanca recibe, por fin, la medalla militar individual, después de que el capitán Palacios lo propusiera en Krasny Bor

A la mañana siguiente, al despertar y comprobar que estos compañeros habían sido secuestrados durante la noche, fue tal la indignación producida que rompieron ventanas, taburetes, para fabricarse armas de mano con las que poder defenderse en caso de que los rusos quisieran sorprenderles. A las once de la mañana del noveno día de huelga, un grupo numeroso de rusos, con sus oficiales en cabeza, se acercaron a la barraca.

-¡Que vienen los rusos!

Y entonces aquellos hombres –muchos de ellos en estado de semiinconsciencia- salieron a su encuentro dispuestos a cobrar caro su encierro. Los rusos retrocedieron, volviendo a las posiciones del quinto día: tras las alambradas.

Hora y media después, reforzados por mayor cantidad de tropas y policías sin armas, consiguieron asaltar el recinto, reducir a la mayoría y llevarse cinco prisioneros más. A las tres de la tarde, tras nuevo asalto, los rebeldes fueron reducidos. Durante horas y horas los curiosos peatones de la población civil, agrupados frente a las alambradas, vieron cómo docenas de hombres derrumbados por la abstinencia eran extraídos en camillas de la barraca y trasladados al hospital, sin fuerzas ya para andar.

Unos treinta españoles fueron juzgados en esta ocasión ante los tribunales militares soviéticos y condenados a 25 años. Cuando años más tarde, a miles de kilómetros de distancia de aquel punto, llegaba un español al lager de castigo, los allí reunidos, prisioneros de otras nacionalidades o jefes soviéticos de campo, les preguntaban con admiración “¿Sois vosotros los de la huelga de Borovichi?

Viene de Borovichi 1951 – Los españoles se sublevan (I)

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