Un ferrocarril en Irak para ganar una guerra naval

 

Cuando en 1906 los británicos decidieron poner en servicio el HMS Dreadnought es posible que fueran conscientes del hecho, fundamental en la historia contemporánea, de que con la aparición de este buque de guerra todas las flotas del mundo quedaban definitivamente igualadas, a cero, pues la aparición de este acorazado monocalibre, es decir, cuyas piezas principales eran todas iguales (10 de 305 mm, en cinco torre de dos tubos, en este caso), convirtió automáticamente en obsoletos a todos los demás acorazados del mundo. A partir de ese momento, el potencial naval de una flota iba a medirse en “dreadnoughts”.

El HMS Dreadnought
El HMS Dreadnought

Así, no es extraño que una potencia recién unificada como Alemania, que había llegado tarde a la carrera colonial y que era muy consciente de que la única forma eficaz, en aquella época, de proyectar su poder en el globo, era una flota poderosa, empezara a dedicar sus esfuerzos a construirla. Tampoco llama la atención que los británicos se preocuparan ante el crecimiento exponencial del poder marítimo de un país que, industrialmente, estaba empezando a superarlos. ¿Peligraban sus colonias?

Ciertamente, los acorazados de la época, incluidos los de la clase Dreadnought, seguían teniendo un grave problema: aquellos leviatanes navegaban impulsados por carbón, toneladas de él, una materia prima abundante tanto en el Reino Unido como en Alemania, pero eso, por sí solo, no era una ventaja pues ¿de qué le servía a un buque que recorriera la costa de la actual Tanzania (entonces colonia alemana) o Kenia (británica) que hubiera grandes reservas de combustible en Europa? En realidad, de nada. Para que una potencia naval proyectara su fuerza por el resto del mundo necesitaba que sus buques pudieran reabastecerse en cualquier parte del globo, y para ello tenía que tener bases donde sus barcos pudieran carbonear. Los británicos las tenían, los alemanes no, así que, a priori, su flota, por muy poderosa que fuera, no podría ser capaz de amenazar el sistema colonial, el origen de las riquezas, de las islas. Hasta que a partir 1908 dos acontecimientos cambiaron de nuevo las cartas.

EL HMS Orion
EL HMS Orion

En 1901 un aventurero llamado Knox d’Arcy, que se había hecho rico durante la fiebre del oro australiana, empezó a buscar petróleo en Persia. Estuvo en ello cinco años y gastó 200 000 libras, una fortuna en aquella época, su fortuna, sin éxito, pero no desfalleció sino que se asoció con la Burmah Oil y el 26 de mayo de 1908… ¡Bingo! Una larga columna de crudo se alzó hacia los cielos, acababan de encontrar el petróleo de Irán, un proyecto en el que el gobierno británico se implicó de inmediato enviando tropas e invirtiendo. Acababa de nacer una nueva compañía, la Anglo-Persian Oil, que con el tiempo se convertiría en British Petroleum, y que en 1913 pertenecería, al 51%, al gobierno de su majestad.

En 1910 se botó el Orion, un nuevo tipo de acorazado, monocalibre, como los dradnoughts, pero impulsado por un combustible líquido derivado del petróleo con mucho más poder calorífico, capaz de dar a las calderas más potencia y mucho más fácil de gestionar, pues ya no hacía falta que centenares de hombres palearan carbón en las bodegas, ahora bastaba con un buen sistema de tuberías. Acababa de entrar en escena el primer súper-dreadnought, primero de una lista de acorazados más rápidos, mejor blindados y con una artillería más potente.

Todo esto, por supuesto, no cambiaba demasiado las cosas: los británicos disponían de los astilleros, de las bases en el mundo entero y de las reservas de petróleo de Irak. Pero los alemanes no tardaron en construir barcos similares, y aunque no tenían colonias por toda la superficie del globo, tampoco eran tan necesarias dada la autonomía de estos nuevos navíos. Solo les faltaba el petróleo, y estaban en camino hacia él.

Berlín-Bagdad, todo lo necesario para enviar tropas y traer petróleo
Berlín-Bagdad, todo lo necesario para enviar tropas y traer petróleo

Hacía tiempo que Alemania se llevaba bien con el gobierno turco y hacía tiempo que el ferrocarril había demostrado ser un elemento fundamental en la estrategia militar de las naciones por su capacidad para transportar tropas y suministros rápidamente. Que hubiera una línea que uniera Berlín con Constantinopla era aceptable, que llegara hasta Ankara, engorroso, y cuando los alemanes empezaron a extender su línea hacia Irak, hacia el petróleo británico, cundió el pánico. Si la Primera Guerra Mundial tuvo que ver con la sensación de que el conflicto era inevitable y mejor que llegara antes que después, entonces no cabe duda que la posibilidad de que Alemania pudiera conquistar las reservas de crudo de Persia y amenazar el poder mundial de la Royal Navy fue uno de los motivos que ablandó la voluntad de mantenerse al margen de los británicos, y facilitó su entrada en guerra.

 

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