Las fuerzas comunistas norcoreanas parecían estar cerca de la victoria completa a finales de agosto y durante la primera parte de septiembre de 1950.
A lo largo de la costa sur de Corea las tropas enemigas estaban a menos de treinta millas de Pusan, el único puerto y base de suministros que quedaba al ejército de las Naciones Unidas. Las tropas estadounidenses que mantenían este perímetro de Pusan en ese momento consistían en cuatro divisiones y una brigada que ocupaban una línea en la zona general del río Naktong, desde Waegwan al sur hasta Masan, una distancia en línea recta de setenta millas. La línea de frente irregular era el doble de larga. Los soldados surcoreanos ocupaban la sección norte del perímetro desde Waegwan hasta Pohang-dong en la costa este.
Nuestro compañero Hugo A. Cañete acaba de publicar su último libro con Ediciones Salamina. En él hace un estudio detallado de distintos teatros y escenarios protagonistas de las operciones militares de los ejércitos de la Monarquía Hispánica. A continuación, reproducimos el prólogo del libro.
Decía Pierre de Bourdeille, abad de Brantome y soldado viejo francés de la época, que «los españoles se han atribuido siempre la gloria de ser los mejores entre todas las naciones. Y, por cierto, no les falta base para tal opinión y confianza, porque a sus palabras les han acompañado los hechos».
Este libro que tiene entre las manos, estimado lector, va precisamente de eso, de los hechos. En él trato de abordar en profundidad algunos ejemplos de distintas situaciones operacionales que tuvieron que afrontar los ejércitos de la Monarquía Hispánica en una diversidad de frentes por tierra y por mar que van desde Europa noroccidental a la península de Peloponeso.
Día 25.- La Artillería enemiga hizo fuego sobre diversos puntos de la carretera general y al Norte de KRETSCHEWITZY. Nuestra Artillería, fuego de contrabatería.
En el Sector Norte, una patrulla de Infantería estableció contacto con el enemigo, rompiendo el fuego, y pudo replegarse nuestra patrulla, sin novedad.
Durante la noche, la Aviación enemiga bombardeó el Campamento de este Cuartel General, parte Norte del Sector de la División y NOWGOROD.
La ametralladora ligera Lewis ha sido a lo largo del siglo XX una de las armas más utilizadas en los conflictos militares.
Diseñada a comienzos de la década de 1910 por el Ejército Británico entró finalmente en acción durante la Gran Guerra, sobre todo a partir de 1916. La Lewis al igual que la DP M1928 soviética utiliza cargadores de tambor que se colocan justamente encima de la máquina en la zona del cajón de mecanismos. A parte de esto, otra de sus características es la gruesa cubierta de aluminio que envuelve el cañón y que funciona como disipador de calor.
El teniente Alfonso señaló la silla de montar frente al acantilado rocoso y le dijo al sargento Willie C. Gibson (que ahora dirigía la 2ª Sección) que la asegurara. Alfonso alineó entonces al 1ª Sección detrás de un terraplén en el terreno elevado y le asignó la misión de disparar a cualquier obstáculo enemigo, y especialmente para silenciar la ametralladora enemiga, si ésta disparaba. Bajo la protección de la base de fuego de la 1.ª Sección, la 2ª Sección se precipitaba a lo largo de la cresta de 500 yardas de largo. Una vez que la 2ª Sección estuvo en la silla, la 3ª Sección la seguiría y la reforzaría.
El Sargento Gibson alineó sus cuatro escuadras en el orden en que debían partir. Planeó seguir a la 2ª Sección. Destacó al sargento Collins al final de la línea para asegurarse de que todos los hombres de la sección salieran. El cabo Leo M. Brennen (un jefe de escuadra y veterano de la Guerra del Pacífico que se había unido a la compañía tres días antes) se enderezó y tiró parcialmente de la anilla de una granada que llevaba.
«Seré el primer hombre que vaya», dijo Brennen. «El resto de ustedes síganme».
Tras el fracaso del ataque indio a New Ulm, los jóvenes guerreros Dakota volvieron a la reserva para buscar de nuevo el consejo de sus mayores, el mismo que habían desdeñado anteriormente. No cabe duda que en la reunión que se celebró esa noche los impulsivos atacantes del pueblo tuvieron que agachar las orejas. Había llegado el momento de Pequeño Cuervo y de los jefes que, en su momento, habían abogado a favor de atacar Fort Ridgely. El problema era que, con la llegada de diversos grupos de refuerzos, en ese momento la guarnición –de solo veintidós efectivos el día anterior– ascendía ya a unos trescientos hombres aptos para el combate, que estaban fortificando sus posiciones a toda prisa.
Ataque a Fort Ridgely, (1890), por James McGrew
A la mañana siguiente, los jefes rebeldes se desplazaron hacia Fort Ridgely con unos cuatrocientos guerreros, una ventaja mínima, contra una posición defendida. Iba a ser necesario un buen plan de ataque y Pequeño Cuervo lo tenía. A primera hora de la mañana dividió a su partida en cuatro grupos, que se desplazaron hacia el fuerte ocultándose por barrancos boscosos, con la intención de rodearlo y lanzarse contra él desde todas partes a la vez. Llevaban un rato en movimiento cuando Pequeño Cuervo se hizo visible al oeste del fuerte, cabalgando arriba y abajo visiblemente, como si quisiera parlamentar. No cabe duda que los defensores, o al menos sus jefes, se fijaron en aquella solitaria figura que los amenazaba con todo tipo de males. Mientras, los indios se acercaban, ocultos, paso a paso, hacia su destino.