Batallas Navales – 1798 La Batalla del Nilo (III y final)

Entonces, cuando empezaba a anochecer, apareció el mismo Nelson con el Vanguard. El buque insignia y los demás navíos atacaron a los franceses por el exterior, avanzando lentamente por la línea y reventándolo todo a su paso.

El único capitán desafortunado fue Iroubridge, el viejo amigo de Nelson. Éste embarrancó el Culloden en un banco de arena frente a la isla de Abukir, pero logró guiar correctamente a los dos barcos que quedaban por entrar en la bahía. Una vez allí los fogonazos de los cañones y los barcos incendiados iluminaron la apacible noche egipcia, al tiempo que cada uno tomaba la posición que le había sido asignada. «Todos conocían sus posiciones», manifestaría más tarde Nelson. «Estaba seguro de que cada cual eligiría su navío francés». El L’Orient de Brueys, con su bodega a rebozar de riquezas, se hallaba en el centro de la línea, cayendo sobre él el Bellerophon.

Éste era un navío de 74 cañones con doce años de antigüedad. El L’Orient era el barco más poderoso  de la armada francesa, con 120 cañones. Sus primeras andanadas casi revientan a los ingleses. Durante la primera hora y media habían muerto o estaban heridos el capitán Darby y todos sus oficiales; el Bellerophon se vio obligado a abandonar la línea desmantelado y casi destruido.

El buque fue salvado principalmente por la iniciativa de un voluntario, Hindmarsh, que de algún modo logró izar un trozo de vela y abandonar el lugar en la oscuridad. A pesar de estar fuera de combate, el Bellerophon había cumplido con su misión. El L’Orient estaba incendiado y su poder de fuego tan mermado que se convirtió en presa fácil para el Alexander y el Swiftsure, que situados uno a cada lado le dieron el golpe de gracia.

Después de que el Vanguard hubiera estado enfrascado durante algún tiempo con el Spartiate, Nelson resultó herido. Un trozo de hierro le golpeó en la cabeza por encima de su ojo tuerto. Una fuerte hemorragia obligó a llevarlo a la sentina, creyendo él mismo que había llegado su final. Se negó a ser atendido antes que sus «bravos camaradas» que se encontraban ya allí, un gesto de los que no se olvidan. El cirujano, tras examinar la herida le dijo que no revestía gravedad. Nelson regresó entonces a cubierta, a tiempo de presenciar el incidente más terrible de toda la noche.

A eso de las diez en punto se vio que los incendios en el buque insignia francés se estaban saliendo de control, y que los hombres habían comenzado a lanzarse al agua. De repente, con un estruendo de tal calibre que todos los barcos  se estremecieron de forma que sus tripulantes llegaron a pensar que los habían alcanzado, voló por los aires el navío insignia francés.

Después de que una lluvia de restos humeantes descendiera sobre los navíos, prendiendo las velas del Alexander, se produjo una pausa en los combates y los hombres se derrumbaron sobre sus cañones agotados, durmiéndose rápidamente. Cuando se reanudó la batalla solo dos navíos de línea franceses y dos fragatas estaban todavía a flote, sin encallar o sin capturar. Estaban abandonando la bahía al mando del contralmirante Pierre de Villenueve, al que Napoleón tildaría más tarde de hombre con suerte.

En palabras de Nelson, «Victoria no es un nombre lo suficientemente contundente para definir semejante escena». Acababa de perfeccionar su obra maestra, y en su carta a Lord Howe escribía: «Si hubiera dispuesto Dios que no me hirieran y me dejaran temporalmente ciego, no cabe duda de que nos hubiésemos hecho con todos los navíos».

Tras dar gracias a Dios, Nelson se puso manos a la obra para explotar su triunfo. Los navíos fueron reparados, las presas se pusieron en disposición de navegar y se despacharon todos los asuntos pendientes. Luego estableció el bloqueo de la costa y envió a un oficial a  la India a notificar a la Compañía de las Indias Orientales el resulatdo de la batalla. Los efectos de la victoria de Nelson se iban a dejar sentir sin duda en la India, y la gratitud de los responsables de la compañía fue tal que enviaron a Nelson un regalo de 10.000 libras.

La victoria sobre la flota francesa no solo fue brillante en términos de maniobra, su efecto se dejó sentir en Europa. Era el primer revés de importancia de Napoleón. El ejercito francés había quedado aislado en Egipto y la idea de Bonaparte de llegar a la India desbaratada para siempre.

Meses más tarde el capitán Collingwood, que entonces estaba al mando del HMS Excellent, escribió a un pariente desde Portsmouth: «Yo se, mi querido señor, la alegría que debió mostrar ante la victoria sin ambages de Nelson. Fue realmente un acontecimiento brillante. Fue lo súbito del ataque además de su vigor lo que le dio la superioridad en los primeros estadios; el francés se vio abrumado antes de que pudiera determinar la mejor forma de repeler el asalto, y cuando la victoria estaba ya de nuestro lado, sus frutos fueron cuidadosamente recogidos y reunidos».

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