La Chispa que prendió la Guerra de Secesión (1861-1865). El hombre y el dilema.

Como ya indicamos en la entrada del lunes pasado, la Marina de los Estados Unidos de América no era, ni de lejos, una fuerza militar de primer orden –aunque en los cuatro años siguientes se convertiría en la más potente del globo–, y estaba muy dispersa por los siete océanos, pero eso tampoco era un gran problema. Desde que, el 20 de diciembre de 1860, Carolina del Sur decidió separarse de la Unión, hasta que empezó oficialmente la guerra, con el bombardeo de Fuerte Sumter el 12 de abril de 1861, iban a pasar más de tres meses, tiempo suficiente para ir concentrando los barcos; cosa que tampoco era urgente pues en este caso el enemigo no tenía fuerzas navales (todavía).

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El puerto de Charleston en 1860. En el centro podemos ver Fuerte Sumter, y Moultrie justo al norte, sobre una lengua de tierra. 

Una de esas características curiosas del sistema presidencial estadounidense, entonces como ahora, era que desde la elección del candidato, en el caso que nos ocupa, Abraham Lincoln el 6 de noviembre de 1860, hasta su toma de posesión el 4 de marzo de 1861, pasaron cuatro meses durante los que siguió en funciones James Buchanan, del partido demócrata y más bien afecto a la causa del sur. Una de esas características de toda secesión, es la necesidad imperiosa del Estado en ciernes por tomar el relevo y hacerse con las propiedades del estado matriz, ya sea legalmente, por las buenas y, si no es posible, por la fuerza.

Desplacémonos ahora hasta diciembre de 1860, a Charleston, la capital de Carolina del Sur, un hervidero de secesionistas encajado en una larga península entre los ríos Cooper y Ashley, un campamento militar en el que se van concentrando todos aquellos que desean que el Estado abandone la Unión, pues tras la elección de Lincoln la pregunta ya no es si, sino cuando. Toda esta agitación, sin embargo, tiene unos testigos privilegiados, las tropas del ejército federal que guarnecen los fuertes construidos para proteger el acceso por mar hasta la ciudad, de los que los dos más importantes son fuerte Sumter, en el centro del estuario, y fuerte Moultrie, en la isla de Sullivan, al norte, donde se han concentrado los 64 artilleros y 8 músicos del 1.º de Artillería de los Estados Unidos, comandados por el comandante Robert Anderson. Si exceptuamos un solitario sargento que ejerce de guarda del primero de los fuertes, esta es toda la fuerza presente. Poca cosa frente a la masa que se está concentrando en Charleston.

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El comandante Robert Anderson

Podría decirse que todas estas circunstancias empezaron a convertirse en la tormenta perfecta a primeros de diciembre de 1860, cuando el presidente Buchanan prometió, aunque implícitamente, que no reforzaría los fuertes de Charleston mientras Carolina del Sur no “intentara” hacerse con ellos, es decir, que mantendría el status quo militar. La afirmación era delicada no solo por ilegal, ya que el presidente hacía dejación de una de sus obligaciones, sino porque, de tener éxito el “intento”, y nada hacía pensar que no fuera a ser así pues fuerte Moultrie, con tan solo 72 soldados (músicos incluidos), era un blanco fácil, entonces no quedaría nada que “reforzar” (las palabras son importantes, en esta historia).

Entretanto, ciudadanos armados y milicia local habían empezado a concentrarse en torno al fuerte Moultrie, cuya guarnición federal consideraban que era “insultante” y “coercitiva”. No cabe duda que el más preocupado por esta situación fue el propio comandante Anderson, quien cablegrafió a sus superiores: “Les agradecería […] que me informaran si estaría justificado que abriera fuego contra una fuerza armada que pareciera estar acercándose a nuestras fortificaciones”. La respuesta llegó el 7 de diciembre, enviada por el secretario de guerra John B. Floyd, en la persona del general Don Carlos Buell. Este reiteró la preocupación del secretario en que Anderson evitara cualquier encontronazo o medida que pudiera inflamar “la excitación del público”; pero también –saltándose las instrucciones de quien le había enviado– “que mantuviera la posesión de los fuertes […] y si era atacado […] que se defendiera hasta el final”. También le autorizó para que trasladara su puesto de mando a algún lugar menos expuesto, y que no desaprovechara la oportunidad de hacerlo cuanto antes.

                                    Soldados de la milicia de Carolina del Sur, fotografiados en diciembre de 1860 en Castle Pinkney,                                otro fuerte, justo al este de Charleston.

No debió de ser envidiable la situación del comandante unionista, atrapado entre dos inmensas ruedas de molino: su jefe máximo ordenándole no echar más leña al fuego, y el representante de este, recomendándole que desplazara su guarnición a algún lugar más protegido –por supuesto, estamos hablando de Fuerte Sumter–, lo que no dejaría de “inflamar la excitación del público”. Pero al menos Buell iba a actuar con cordura, pues redactó las órdenes que había dado a su subordinado y se las envió a Floyd, quien las respaldó y envió una copia a la Casa Blanca.

El 18 de diciembre, las autoridades de Carolina del Sur establecieron una patrulla fluvial con la misión de evitar el traslado de la guarnición de Moultrie a Sumter, dos días después se votó la secesión y, el 21, al día siguiente, Floyd volvió a cablegrafiar al comandante Anderson: “Podrá usted deducir que lo que se exige de usted es que sacrifique en vano e inútilmente su vida y la de los hombres bajo su mando, por una mera cuestión de honor”. Tras lo cual el secretario de Guerra en funciones de los Estados Unidos anuló sus órdenes anteriores (las de Buell) y a continuación casi le ordenó que rindiera sus posiciones. Anderson fue muy consciente de que pasara lo que pasara, sería culpa suya.

Esa misma tarde…

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