La Campaña de Pea Ridge (I), febrero-marzo de 1862 la retirada de Sterling Price

Tras la victoria confederada en la batalla de Wilson’s Creek el 10 de agosto de 1861, en Missouri, la Guerra de Secesión al oeste del Mississippi sufrió un cambio radical en lo que a los mandos se refiere. En el bando federal, el general John C. Frémont, “una garantía contra cualquier peligro inmediato”, lo definía irónicamente un oficial confederado, había sido sustituido por el también general Henry W. Halleck, un hombre mucho más capaz que en el futuro ascendería a comandante en jefe de todos los ejércitos de la Unión. El 27 de diciembre este puso al frente del Distrito del Sudoeste de Misuri al general de brigada Samuel Ryan Curtis.

La batalla de Wilson’s Creek

Entretanto, en el bando confederado, la relación entre el general de brigada Ben McCulloch y el general Sterling Price se deterioraba a marchas forzadas sin que el general Albert S. Johnston, muy ocupado al este del Mississippi, pudiera hacer nada para mediar, por lo que Jefferson Davis –presidente de la Confederación– decidió crear un nuevo departamento, el de Trans-Mississippi, y ofrecérselo al general Braxton Bragg, a quien se prometió total independencia y se encomendó la misión de convertir a las fuerzas confederadas en la región en un auténtico ejército. Sin embargo, este se negó. Posteriormente, Bragg afirmaría que si le hubiera ordenado ir lo hubiera hecho sin un murmullo, pero ante la pregunta: “¿Se encargará usted de este trabajo?”, decidió que el Departamento de Trans-Mississippi no le resultaba lo suficientemente atractivo.

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Catástrofe Báltica, Lituania en la Segunda Guerra Mundial (yIII).

A primeros de 1944, Lituania estaba a punto de sentir todo el poder de la garra nazi. El país, que ya había tenido que sufrir la ocupación soviética y, durante unos meses, había agradecido la “liberación” traída por los alemanes desde sus victorias iniciales en la invasión de la Unión Soviética, había ido sufriendo, poco a poco, cada vez más la tiranía de sus auténticos amos.

Un policía auxiliar lituano con un grupo de prisioneros

Tras la negativa del embrión de Gobierno lituano a animar a sus ciudadanos a alistarse en las SS o a unirse a los alemanes en su lucha contra el bolchevismo, lo que tuvo como resultado que solo un 20% de los llamados a filas se presentaran a la campaña de reclutamiento lanzada en 1943, los alemanes reaccionaron arrestando a los principales intelectuales del país, para mandarlos al campo de concentración de Stutthof, cerca de Danzig.

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Catástrofe Báltica, Lituania en la Segunda Guerra Mundial (II).

El 22 de junio de 1941 la Wehrmacht cruzó la frontera germano soviética, empezando así la campaña más cruenta y dura de la Segunda Guerra Mundial. Al noroeste, Lituania se convirtió de inmediato en escenario de guerra. Nada más iniciarse el avance de las divisiones germanas, las guerrillas de la LAF iniciaron una guerrilla contra el Ejército Rojo que llegó a movilizar a unos 100 000 combatientes, de los que 4000 perderían la vida. Solo cinco días necesitaron los rusos para abandonar el país, donde los alemanes instalaron una administración militar provisional.

Una columna motociclista alemana adentrándose en Lituania

Los pogromos empezaron incluso antes. Tras las tropas llegaron los Einsatzgruppen, y estos no tardaron en encontrar voluntarios que les ayudaran a masacrar a la minoría judía del país. Al antisemitismo se unía el hecho de que los judíos, conocedores de lo que estaba pasando en Alemania, se habían decantado siempre a favor de la tiranía soviética como mal menor, y dada la represión que esta había ejercido sobre la población lituana, parecía que había llegado la hora de la venganza. La cifra de muertos causada por la primera campaña “espontánea”, en realidad había sido orquestada por los propios invasores, fue de 6000. A finales de 1941 los ocupantes declararían que el país estaba “libre de judíos”. La campaña se había cobrado 220 000 vidas.

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Catástrofe Báltica, Lituania en la Segunda Guerra Mundial (I).

El inmenso conjunto de intereses y conflictos que supuso la Segunda Guerra Mundial no solo atrapó a las grandes potencias que la lideraron, sino a también a multitud de pequeños países que, a priori, solo aspiraban a la independencia. Tres de ellos países fueron Lituania, Letonia y Estonia, cuyos habitantes habían vivido durante siglos bajo el dominio de imperios extranjeros hasta que, con el derrumbe de la Rusia zarista, alcanzaron la independencia. Los años que siguieron fueron, sin embargo, diplomáticamente muy difíciles, pues tuvieron que elegir entre las dos grandes potencias que crecían junto a ellos. Al oeste el Tercer Reich alemán, cada vez más agresivo y expansionista, y al este el antiguo amo ruso, ahora convertido en la Unión Soviética, empeñado en recuperar los antiguos territorios de los zares.

Los Estados Bálticos tras la independencia. Se puede ver la localidad de Vilna en territorio polaco.

La historia de estos países durante la Segunda Guerra Mundial es especialmente interesante. Perdieron su preciada independencia merced a las cláusulas secretas del pacto germano-soviético de agosto de 1939 y fueron ocupados por la Unión Soviética; fueron “liberados” en el verano de 1941 por los ejércitos de Hitler, pero solo durante un breve lapso de tiempo pues la derrota de Alemania los recolocaría definitivamente bajo el poder de Stalin y sus sucesores hasta finales del siglo XX. Vamos a dedicar pues algunas entradas a explicar el devenir de estos tres Estados, empezando por el más meridional.

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La Marina veneciana en el s. XVIII (II)

En la primera entrada de esta serie explicamos la evolución de la Marina veneciana a lo largo del siglo XVIII y dejamos planteada la cuestión de las galeras. A pesar de la mejora experimentada por las naves de vela, a lo largo de este siglo la Serenísima República de Venecia siguió disponiendo de una flota de galeras. Fueron más o menos veinte casi hasta final de siglo, y en 1797 todavía había tres en construcción. Sus funciones fueron patrullar las difíciles costas dálmatas, apoyar o efectuar operaciones anfibias y remolcar a otros buques. Todo ello sin olvidar diversas ocasiones, y naves, ceremoniales. Última ventaja de la galera, eran más baratas y, sobre todo, para un país que disponía de escasos recursos forestales, consumían menos madera.

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El Bucintoro ante San Marcos en el día de la Ascensión, por el Canaletto. Se trataba de la galera oficial del dux de Venecia.

A partir de aquí todo eran desventajas. Las galeras eran mucho menos potentes a la hora de combatir, también aguantaban menos tiempo de mar y se deterioraban con mucha más rapidez que un navío de línea o una fragata. Para terminar, un problema más de las galeras era la chusma, los remeros que las propulsaban. Los miembros de este grupo se reclutaban en Grecia, en Dalmacia y en los penales; y qué hacer con ellos cuando la galera volvía al arsenal y era desarmada, se fue convirtiendo en un problema.

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La Marina veneciana en el s. XVIII (I)

Cuando uno piensa en las marinas de la época de los buques de línea, aquellos de setenta y cuatro, ochenta o más de cien cañones, acaba siempre fijándose en tres países: el Reino Unido por supuesto, y luego las marinas borbónicas de Francia y España. Guerras como la de Sucesión española, la de los Siete Años, la Independencia norteamericana o las Guerras Napoleónicas no se entienden sin ellas. Sin embargo, a lo largo del siglo XVIII hubo más países que desarrollaron fuerzas navales con grandes buques, aunque mucho menos poderosas. En la presente serie me gustaría fijarme en uno de ellos, la Serenísima República de Venecia, una de las grandes potencias navales del mediterráneo durante la edad media. Es necesario añadir que estas entradas están basadas fundamentalmente en “Les Marines Italiennes”, ponencia de Jean Bérenguer (Université Paris-Sorbonne) para Les marines de la guerre d’Indépendance américaine 1763-1783, una serie de conferencias patrocinadas por la Sociedad de los Cincinnati de Francia, l’Université Paris-Sorbonne y l’École Militaire entre el 8 y el 9 de junio de 2009.

Venecia en la década de 1740. Il molo visto dal bacino di San Marco, por el Canaletto.

En líneas generales podemos decir que, a diferencia de otras potencias, la Serenísima redujo su marina a lo largo del siglo XVIII, especialmente a partir de 1718, una vez terminada su rivalidad con el Imperio otomano por medio del Tratado de Passarowitz, en el que la república conservó Dalmacia, las islas Jónicas y las ciudades de Préveza y Arta, pero perdió la península de Morea y la isla de Creta. A grandes rasgos, Venecia se convirtió en un Estado marítimo fundamentalmente volcado en el Adriático.

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La misteriosa muerte del comandante Holohan (y II)

La misión de William Holohan, a quien nos referimos en la entrada anterior, no solo era evaluar a los movimientos partisanos –comunista y cristiano– de la región noroeste de Italia, acabar con las luchas entre ellos y ponerlos bajo las órdenes del Decimoquinto Grupo de Ejércitos para, finalmente, reiniciar los envíos de armas, interrumpidos un tiempo antes. También llevaban dinero, mucho dinero.

Partisanos italianos, en combate sobre la línea Gótica

Antes de partir, Holohan había recibido 2100 marengos de oro (moneda de oro estándar creada por la Unión Monetaria Latina de 1865, pesaba 6,45 gramos y las francesas tenían un valor facial de 20 francos) así como 16 000 dólares estadounidenses y 10 000 liras italianas. Ese dinero tenía como función financiar al Military Information Service of the Partisan Forces (SIMNI, Servicio de Información Militar de las Fuerzas Partisanas), dirigido por Aminta Magliari, “Giorgio”. Poco después de su llegada, Holohan gastó parte de los fondos para pagar los gastos de los hombres de Giorgio, pero la cantidad restante era incómoda de trasladar, kilos de monedas de oro, que el italiano se ofreció a vender a precio de mercado, tal vez en la cercana Suiza, para luego entregar la suma correspondiente, en billetes, al norteamericano. Sin embargo, al final parece que se llevó a cabo un extraño acuerdo en el que participaron Icardi, Giorgio y el propio Holohan, que también era católico, en virtud del cual se acordó entregar el oro a los curas católicos de la región del lago Orta para que compraran edificios y maquinaria de cara al final de la contienda.

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