La batalla de Santa Cruz (V). Desventaja táctica.

“Atacar, repito, atacar, el comandante en jefe del Pacífico sur ordena acción a las TF61 y 64”. Ya hemos visto cómo el avistamiento de la flota japonesa animó al vicealmirante Halsey a lanzar a sus portaaviones contra el enemigo, pero, ¿qué sabía Halsey, o por las mismas el contralmirante Kinkaid, de la fuerza a la que se enfrentaban? Si el lector recuerda las entradas anteriores, los aviones de patrulla estadounidenses habían avistado la flota avanzada del almirante Kondo, con dos acorazados, cuatro cruceros pesados y un portaaviones, y también la de vanguardia del contralmirante Abe, con dos acorazados y tres cruceros. Parece que el catalina del Teniente Hampshire indicó también la presencia de dos portaaviones japoneses ¿podían ser el Shokaku, el Zuikaku o el Zuhio? Acosados por la caza, la tarea de los aviones de reconocimiento no solía ser fácil, y la información no siempre llegaba a su destino correctamente.   

Contralmirante Hiroaki Abe, al mando de la Fuerza de Vanguardia japonesa

Tampoco es que la situación táctica de los portaaviones de Kinkaid fuera ideal ya que para atacar los japoneses tenía que aproar su flota hacia el noroeste, de modo que, si bien se reducía la distancia entre ambas flotas, al tener el aire de popa los grandes navíos norteamericanos tenían que virar 180 º para aproar al viento cada vez que quisieran lanzar o recoger aviones, lo que suponía una pérdida de tiempo. Los japoneses no tenían ese problema.

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La batalla de Santa Cruz (IV). Primer contacto.

Al amanecer del día 25 de octubre de 1942, el contralmirante Kinkaid arrumbó la TF 61 hacia el noroeste, a 22 nudos, para llevar a cabo el barrido que se le había ordenado. Entretanto, hacía ya tiempo que habían despegado, desde Espíritu Santo, los aviones enviados a buscar a la flota japonesa. Como vimos anteriormente, en la citada base había dos tipos de aviones que tuvieran un radio de acción lo suficientemente grande como para cubrir la zona de operaciones. Por un lado, estaban los B-17, con un alcance de más de 3200 km, y por otro los PBY Catalina, que no solo podían alcanzar los 4000 km, sino que, además, al ser hidroaviones, podían operar desde bases avanzadas. Eso fue exactamente lo que decidieron los mandos estadounidenses, que enviaron el USS Ballard, un buque de apoyo a hidroaviones, a la isla de Vanikoro (una de las Santa Cruz), un lugar infestado de malaria, pero mucho más cerca de los japoneses, para establecer un puesto de reabastecimiento.

Un B-17 sobrevuela el Pacífico. Solos en medio de aquella inmensidad, y en busca de un enemigo que bien podía derribarlos, no se puede dudar de la valentía, o del sentido del deber, de los tripulantes de estos aviones.

Aquella mañana, despegaron para patrullar el océano 10 Catalina y 6 B-17. En ambos casos, la operativa era similar. Cada avión partía en un rumbo determinado y recorría una distancia concreta, la que se le encomendara, momento en el que viraba, recorría una cuerda de arco y volvía a la base, con lo que su recorrido se asemejaba a una cuña de pizza. Es importante no olvidar que el alcance de los aviones, antes indicado, debía incluir el vuelo de vuelta, así que los Catalina podían volar, como mucho, 2000 km hacia el enemigo, y los B-17 menos.

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La batalla de Santa Cruz (III). TF 61, 64 y 63, las fuerzas estadounidenses.

Tras explicar el drástico cambio de mando surgido en el cuartel general de la Fuerza del Pacífico Sur con la llegada del vicealmirante William F. Halsey, vamos a tomarnos, tal y como adelantábamos en la entrada anterior, unas líneas para describir la organización de las fuerzas navales estadounidenses en el sector.

Abajo a la derecha podemos ver la zona de operaciones del Pacífico sur. Su linde rectilínea con la zona del sudoeste, dirigida por el general McArthur, iba a dar pie a muchos problemas.

El elemento principal, cuya misión era dar el barrido por el norte de las islas Santa Cruz, una maniobra especialmente arriesgada en comparación con lo que había sucedido hasta entonces, era la TF 61 (TF por Task Force, que podríamos traducir, de forma amplia, como agrupación de combate, aunque resulte más literal el término fuerza especial). Esta fuerza estaba bajo el mando del contralmirante Thomas C. Kinkaid (1888-1972), quien había estado al mando de una división de cruceros en las batallas del Mar del Coral y de Midway y luego, tras caer Halsey enfermo, había ocupado el puesto de este al mando de la TF 16 (sobre la que ahora volveremos). Quiso la casualidad que, a su vuelta al servicio, Halsey, como vimos en la entrada anterior de esta serie, acabara por ocupar la plaza del vicealmirante Ghormley y no la de Kinkaid. La TF 61 estaba dividida en dos fuerzas individuales.

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La batalla de Santa Cruz (II). El mando norteamericano.

Empecemos esta segunda entrega con un equívoco, porque la idea que enunciábamos al final de la entrada anterior de que dos portaaviones valen el cuádruple que uno la había emitido uno de los oficiales más singulares de la flota estadounidense, el vicealmirante William F. Halsey, un luchador, un león según Jeffrey R. Cox, y la idea era dar ánimos a sus subordinados, dado que ahora los norteamericanos tenían dos portaaviones en la zona de las islas Santa Cruz. Es curioso que en ningún momento cayera en la cuenta de que los japoneses tenían cuatro (y podrían haber sido cinco de no ser por el incendio a bordo del Hiyo). ¿Cuánto valían cuatro portaaviones?

El portaaviones Enterprise, CV6, fotografiado en el Pacífico.

Sin embargo, confiado, Halsey envió unas órdenes sumamente atrevidas al contralmirante Kinkaid, al mando de la fuerza aeronaval estadounidense en la región (luego nos referiremos a la estructura de las fuerzas estadounidenses en la región). Estas rezaban: “Haga un barrido rodeando por el norte de las islas Santa Cruz, y luego hacia el suroeste por el este de San Cristóbal hasta un punto en el mar del Coral, colocándose en posición para interceptar las fuerzas enemigas que se aproximan [a Guadalcanal o Tulagi]”. A este texto le faltaba un trozo, el que ordenaba a Kinkaid que no se aventurara si llegaba una flota japonesa desde el norte, justo lo que estaba sucediendo, pero estas instrucciones se habían perdido en el éter, y Kinkaid, con la intención de tender una emboscada a cualquier fuerza nipona que tratara de acercarse a Guadalcanal, navegaba ahora hacia su destino.  

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La batalla de Santa Cruz (I). La flota japonesa.

Estamos a 11 de octubre de 1942, la guerra mundial en el Pacífico ya tiene casi un año, un tiempo durante el que han pasado muchas cosas, entre otras la batalla de Midway (4-7 de junio), que ha detenido en seco la expansión japonesa y ha reducido la flota nipona de portaaviones a la mitad. Pero el Imperio del Sol Naciente todavía es un enemigo peligroso. Justo en algún momento de este día, el almirante Isoroku Yamamoto se halla a bordo del Yamato, el acorazado más poderos de la historia, observando como zarpa la Flota Combinada, a la que comandará estratégicamente desde el atolón. Es posible que el japonés no se lo pregunte, pero ¿qué sentido tiene mantener en puerto un buque tan poderoso? Tal vez no se le ha escapado el hecho de que la era del acorazado ha terminado.

El atolón de Truk, durante un ataque norteamericano. Una laguna inmensa capaz de contener a la flota combinada.

La flota que parte de Truk forma parte de uno de los típicos planes navales japoneses: diferentes agrupaciones navegando independientemente desde bases dispersas en pos de un solo objetivo. La misión es apoyar los desembarcos propios en la isla de Guadalcanal, donde los Marines estadounidenses han creado un perímetro alrededor del aeródromo Henderson (Cactus, en clave), que las tropas de tierra niponas tratan de rodear y destruir, sin demasiado éxito. Además, y siempre que sea posible, también sería deseable enfrentarse a la flota norteamericana y darle un par de “cucharadas de Midway”, por restablecer el equilibrio.

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En un lugar llamado Küstrin (XI). El final.

“En la mañana del 29 de marzo se repitió el ataque aéreo. Lo siguió una preparación de artillería. Desde mi puesto de observación, pude ver como los proyectiles pesados eran disparados a bocajarro contra los blocaos y los refugios que el enemigo había acondicionado en los diques. Era impresionante. Las explosiones arrojaban grandes trozos de piedra y troncos hacia las alturas. A las 8.30 horas, nuestros grupos de asalto desembarcaron sobre la isla. Diez minutos más tarde oímos el tableteo de las ametralladoras y de otras armas automáticas, y las explosiones de las granadas y los Panzerfaust”.

Soldados del Volkssturm, en el frente del Oder

Así narró Georgii Zhukov el asalto a las últimas posiciones alemanas en Küstrin, donde los hombres de Reinefarth iban a resistir a lo largo de toda la jornada antes de escapar. Mientras, en la ciudad vieja, los 135 hombres del Volkssturm que no habían conseguido escapar antes de la voladura de los puentes, se habían refugiado en el extremo norte de la península.

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En un lugar llamado Küstrin (X). 9 de marzo/1945. La ruptura.

Estamos a 29 de marzo y, aislados, tras haber sido separados del mundo y haber perdido sus posiciones en la ciudad nueva y haber abandonado, parte de ellos, la ciudad vieja, los defensores de Kústrin resisten sobre la isla, una parcela de tierra delimitada por el río Oder al este y el Vorflut y la localidad de Kietz al este. Los soviéticos, que están tomando el resto de la “Festung” parcela a parcela, progresan con cuidado, conscientes de que su éxito ha tenido mucho más que ver con la constancia del bombardeo artillero que con la potencia de los asaltos masivos.

Tropas alemanas marchando por Küstrin. Tal vez, algunos de estos hombres consiguieron escapar.

Durante esta jornada los asaltantes han conseguido llegar muy cerca del cuartel de artillería, del reducto D y del Kühbrücken Vorstadt, en el extremo norte. Durante todo el día se han sucedido los combates cuerpo a cuerpo y se ha gastado munición en cantidades ingentes, algo que el Ejército Rojo se puede permitir, pero lo alemanes no, y pronto empiezan a quedarse sin balas,

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